Fije su sombra antes de que la sustancia se desvanezca[1]


                                                      Fotografía Postmortem anónima 

Por 
Giovanna Faccini
Docente de Medios Audiovisuales
Especial para La Moviola



“El valor cultual de la imagen tiene su último refugio en el culto al recuerdo de los seres queridos, lejanos o desaparecidos. En las primeras fotografías vibra por vez postrera el aura de la expresión fugaz de una cara humana” Walter Benjamin




Cuando somos pequeños, los adultos nos cuidan física y mentalmente, procuran ambientes de aprendizaje que muchas veces van de la mano de historias morales y familiares que ejemplifican la lección. Una forma familiar común era sentarse a ver los álbumes familiares; de ellos, uno tenía las fotografías pegadas en una cenefa negra, gracias a unos parches dorados o plateados que las sostenían de las  esquinas. Las hojas estaban empastadas en un libro duro de color oscuro y textura aterciopelada.


Ese era el álbum más viejo que guardaba con celo mi tía, al cual solo tenían acceso aquellos que ya habían cumplido los 12 años o más, mientras tanto, se convertía en un objeto de deseo y cada fin de año cuando mi mamá me enviaba de vacaciones, miraba de reojo el lugar donde se guardaba el álbum, y me preguntaba, sin cuestionar al adulto, por qué no podía verlo; qué guardaba ese libro oscuro, qué secretos terribles no podía yo saber; mi hermana y yo intercambiábamos miradas tratando de adivinar lo que la otra estaba pensando, tal vez subirse al banquito y robar el álbum para verlo a escondidas en el baño o dejarlo debajo de la almohada y esperar a que los grandes se durmieran para poderlo revisar. Menos mal nunca pasó pues de haberlo hecho mi hermana y yo hubiéramos muerto de miedo. Una vez cumplí los 12 años lo primero que pedí en esas vacaciones fue ver el álbum, y lo que encontré además de fotografías de familiares y extraños que nunca conocí, oxidadas, enmohecidas unas y sepia otras por el paso del tiempo, fueron las fotografías de memento mori[2] de la familia; entendí con los años que mi tía, guardando con cuidado el álbum, hacía lo que hacen los adultos, cuidarnos física y mentalmente.


La fotografía postmortem fue una práctica rápidamente difundida desde la aparición del daguerrotipo a mediados del siglo XIX, hasta las primeras décadas del siglo XX. El dolor de la partida de un ser irremplazable comenzó a sentirse con fuerza cuando las familias comenzaron a disminuir el número de sus miembros. Inició siendo una forma de inmortalizar a un ser querido  que no había sido fotografiado en vida, así que por esta razón las fotografías postmortem más comunes fueron de niños o bebes muertos pues en el siglo XIX era común que los menores de cinco años fallecieran a causa de enfermedades que para la fecha eran incurables. Estas fotografías significaban un costo económico alto para la familia, por lo que en primera instancia, las familias de clase alta y media eran las que podían pagar por ellas; más tarde con la masificación de la fotografía fueron las clases bajas las que hicieron de esta práctica algo común.
Con el tiempo comenzó a verse como una práctica macabra que impuso el ocultamiento, lo cual hizo que desapareciera de la escena doméstica casi en su totalidad y  se usara de manera exclusiva en registros judiciales o archivos sobre lo extraño y/o escalofriante. Se podría hablar de una situación  paradójica, pues muchos registros fotográficos de las guerras civiles y mundiales, aunado a la proliferación de imagen de violencia, dan cuenta de su uso en el ámbito informativo; sin embargo, en espacios domésticos, se volvió algo vergonzante que se prefería realizar en secreto.
Las imágenes postmortem, como uso social, son un vestigio importante de la mentalidad de una comunidad. En sociedades medievales donde todavía no se había desarrollado el individualismo, el cuerpo era parte de la comunidad; la muerte era algo que pertenecía a todos los miembros de la colectividad y los sentimientos de dolor que evocaba eran compartidos por todos sus integrantes. En el siglo XIX, la muerte, el dolor y el luto se volvieron un asunto más privado; cerrado a un grupo familiar, y esto aunado al cambio de una mentalidad colectiva a uno individualista, hizo que emergiera una comprensión diferente de los despojos mortales y el culto a los cementerios. Es por esta razón que la fotografía postmortem se hizo algo memorable, una expresión y valoración de la individualidad. Dicha individualidad es  lo que queda abrazada a la imagen (Benjamin, 1931, pág. 384), es lo que busca el observador; la fotografía lo incita a identificar el lugar en el cual, el minuto pasado nos sigue hablando hoy[3].


En el texto Benjamin dice que la cámara y el ojo son de  naturalezas diferentes, por ende, en vez de un espacio consciente creado, hay un espacio creado inconscientemente (Benjamin, 1931, pág 382); Benjamin se refería a las fotografías de Blobfeldt donde aspectos fisionómicos de los objetos salen a la luz, características que el ojo vería con dificultad o que no ve; en consecuencia, la diferencia entre la magia y la técnica es una variable histórica; sin embargo, podría afirmar que ese espacio creado por el fotógrafo de manera consiente, refleja aspectos inconscientes a los que observamos la fotografía de memento mori.


Aquí es importante señalar entonces que la identificación de la imagen fotográfica y la auténtica identidad del individuo retratado se pone en juego pues según Benjamin “El valor cultual de la imagen tiene su último refugio en el culto al recuerdo de los seres queridos, lejanos o desaparecidos. En las primeras fotografías vibra por vez postrera el aura de la expresión fugaz de una cara humana” (Benjamin 1936, pág. 21). La presencia de lo humano en relación con la percepción de la ausencia como intención principal de la fotografía postmortem, es lo que la vincula con la memoria pues son sustitutos mnemónicos del individuo fallecido que contribuyen a guardar el recuerdo, a veces de manera sublimada de aquel que ha partido. El valor de culto, según Benjamin, impulsa a mantener escondida la obra de arte; sin embargo, “con la emancipación de las diferentes prácticas artísticas del refugio en el culto, aumentan las ocasiones para la exposición de sus productos” (Benjamin, 1936, pág.20).


 Las fotografías, convertidas en productos, se puede dividir en tres categorías. En la primera se hace un intento por hacer aparecer al difunto como si estuviera vivo, acompañado de sus elementos de trabajo o los juguetes en el caso de los niños; la segunda relativa al sueño eterno, donde el difunto aparece como si estuviera dormido en su cama o en una silla de su casa; la tercera tiene que ver con la mostración obscena del cadáver, sin eufemismos, presentado en su cofre mortuorio o con señales de descomposición.  No obstante, en todas las fotografías de memento mori, se traducen los signos de la muerte, rigidez y palidez.


Se puede delatar por la posición de las manos, el cuello o los hombros, aparecen abatidos, como un peso muerto y eso no se puede esconder ; es precisamente este rigor de la muerte lo que el fotógrafo trataba de enmascarar; algunos lo lograban con maestría, el conocimiento de su oficio y de los cuerpos sin vida; daban a sus “productos” el valor mágico de perpetuar al ser querido, de guardar la semblanza de la vida,  con lo que atenuaban la angustia por su partida a la vez que ayudaba a descargar remordimientos; otros charlatanes, como los llama Benjamin, apoderados de la técnica por razones comerciales y con el uso que se le da en la feria (Benjamin 1931, pág. 377), entregaban a los deudos resultados patéticos ;pintaban los ojos encima de los párpados, teñían de bermejo las mejillas o con la ayuda de parales, los ponían de pie.


De todas maneras, la fotografía, sea cual fuere su resultado, tenía algo que no podían captar las pinturas y era la expresión lograda por la imposición de la inmovilidad, lo que según Benjamin causa una impresión más penetrante que en las fotografías recientes. Obviamente el mejor modelo para un fotógrafo es el difunto pues no se mueve ni parpadea; es así como en algunas fotografías de difuntos con sus familiares, los ojos borrosos de los modelos, delatan la vida , los ojos del difunto siempre serán más nítidos, solo en la fotografía el cadáver adquiere una ilusión de vida que no lograrían de otra manera. Con el tiempo que tenían que destinar a la tarea, imagino la incomodidad que algunas personas podían llegar a sentir al  posar junto al difunto . El tiempo de exposición era más largo, lo que hacía que los modelos no vivieran el instante sino que se metieran en él (Benjamin, 1931, pág. 386).  





Para los deudos, el tiempo era muy importante pues cada segundo era el último que pasarían al lado del ser querido, sin embargo, en algunos casos, el fotógrafo se demoraba en desplazarse y llegaba a la morada del finado cuando éste ya estaba en franco estado de descomposición; en ese caso el tiempo debió ser una tortura, no solamente por el hedor que despedía el cuerpo sino por lo siniestro de la situación, ya que una cara que fue familiar deviene extraña a causa de la



autlisis que va apoderándose del cuerpo inerte.
           
La importancia de la fotografía postmortem era mayor que la de unfotografía ordinaria y así mismo su costo, pues siendo los fotógrafos también comerciantes, ofrecían la fotografía de memento mori como algo especial y cuya producción requería de estrambóticas exigencias [4] lo cual, incrementaba el costo del servicio. Así surgió una nueva forma de abordar el tema de la muerte  con lo que la fotografía de memento mori se tradujo en su ejemplar más notable, una de las formas más románticas de alabanza a  los muertos.


En la segunda mitad del siglo XIX eran las familias quienes se encargaban del cortejo fúnebre, eran ellos quienes elegían una imagen del cuerpo que querían conservar para el recuerdo, una forma de mantener la identidad  de la sustancia a través del cuerpo. En la tradición judeocristiana, nuestro cuerpo está vinculado  con el sí-mismo, luego conservar el cuerpo es conservar al hombre. La fotografía postmortem se hace entonces un objeto transicional, es uno de los objetos más perfectos del individualismo, la preocupación por el rostro se vuelve muy importante; trató de alejarse de la imagen médica que muestra solo cuerpos, enfatiza entonces en la condición de individuo con una identidad propia. Por ende, los familiares daban gran importancia al rostro que es la parte más singular  del cuerpo.  Esa imagen única del difunto, era una aparición áurica pues los daguerrotipos no tenían posibilidad de ser reproducidos (Benjamin, 1931, pág. 390). Las imágenes de memento mori, sean estas pinturas o fotografías, siempre tiene un halo macabro difícil de digerir, quedan hondamente marcadas en el registro visual pues develan nuestra condición finita; así que presenciar la muerte de manera tan elocuente produce estupor en quien la ve y por ende  una fascinación que pocos estamos dispuestos a aceptar.
No obstante, si bien es cierto que se puede hablar de una estetización del espacio creado para la fotografía postmortem, es muy peligroso, como lo afirma Benjamin parafraseando a Sasha Stone, hablar de la fotografía como arte. “La fotografía liberada de un interés fisiognómico, político o científico se vuelve creativa y el objetivo es la visión de conjunto, con lo que aparece el fotógrafo a sueldo” (Benjamin, 1931, pág. 401),  de esta manera se convierte en precursora de la comercialización pero no del conocimiento; lo creativo de la fotografía se entrega a la moda y como tal, traduce una realidad distorsionada. La fotografía postmortem no fue la excepción pues supuso una nueva forma de afrontar el óbito y con ella una masificación y mercantilización de la muerte.
En la postrimería decimonónica, las empresas funerarias se encargaban de los arreglos mortuorios, lo cual hizo que tanto las pompas fúnebres como el arreglo del difunto se estandarizara pues ya no eran los familiares los que arreglaban el cadáver a la espera del fotógrafo quien lo podía disponer en cualquier posición, sino que una vez en el cajón, solo restaba esperar el sepelio, lo que ocasionó el ocaso de la fotografía de memento mori, así como también la del oficio del fotógrafo quien ahora solo se limitaba a documentar el trabajo de la empresa fúnebre, lo que se popularizó con el nombre de fotografía de cortejo.
Respecto a las imágenes hay que decir que con la aparición del papel fotográfico, el negocio de los fotógrafos se amplía con la venta de copias, quienes cobraban por docena; y no solo promocionaban copias de fotografías tomadas por ellos, sino que ofrecían el duplicado de retratos en miniatura de los amigos y familiares muertos en tamaño natural así como también de retratos en daguerrotipo. Con los diversos métodos de reproducción técnica de la obra de arte, la exponibilidad creció de tal manera que desplazó la función mágica para dotarla de funciones nuevas como la artística (Benjamin 1936, pág. 20); en el caso de la fotografía, esa magia estaba condensada en el daguerrotipo[5] pero con las copias en papel, el valor de exposición comienza a hacer retroceder el valor de culto, hace que el aura[6] destelle por última vez, lo que constituye para Benjamin la melancolía de su incomparable belleza.


Un ejemplo que ilustra lo anterior lo podemos observar en las fotografías de angelitos[7], ya que las imágenes del cuerpo del niño muerto distribuidas en papel comenzaron a  tener un valor cultual por su carácter de reliquia, pues en concordancia con el dogma de fe, los niños mueren sin pecado y por ende van directamente al cielo, lo que asegura protección a los habitantes de una familia y bendición a las casas. De ahí que a pesar del dolor de los padres, era un motivo de júbilo; así las cosas, la criatura era vestida de blanco y su fotografía comenzó a ser parte esencial del ritual mortuorio, puesta en altares a las que se le llevaban ofrendas, de tal forma que sirviera como instrumento de duelo para los padres y refuerzo del vínculo con dios. Hoy dichas imágenes hacen parte de la iconografía museográfica, lo que tiene como resultado el desplazamiento del valor cultual para darle paso al valor exhibitivo.


Con el tiempo, fueron desapareciendo las postales mortuorias y cualquier recuerdo que capturara la imagen de la muerte devino inconcebible, condenándola a la clandestinidad y tornándose tabú. Al mejorar las condiciones de salubridad y extender el tiempo de vida, la muerte se hizo cada vez más lejana y con ella la costumbre de tomar fotografías a los muertos. Algunas personas todavía lo usan, sobre todo para poder elaborar el duelo, sin embargo, no es algo popular y se queda en la esfera doméstica. En la esfera social, intentamos ocultar la muerte o trivializarla a través de películas sangrientas o videojuegos ultraviolentos que la sustraen de su dramatismo.


Una vez más vemos como la idea de la muerte y todas sus representaciones, habla del momento histórico y de su mentalidad. Nuestro zeitgeist ha construido su cosmovisión a partir de la supremacía de la razón y el desarrollo científico y entra en franco desacomodo cuando se da cuenta que aun tendiendo las armas más potentes, fracasa ante la ineludible finitud de la existencia, con lo que dilata la vida hasta las más dolorosas consecuencias en un afán desmedido por preservar la vida y desconociendo, o más bien negando, una filosofía de la muerte; así que preferimos apartar la mirada y distraer el pensamiento ante el fin de la propia existencia a partir del cine snuff, los juegos agresivos y las imágenes que recrean o presentan la muerte de los otros en prensa y televisión y en la museificación de las fotografías de memento mori que hablan de una lejanía como si la muerte fuera un asunto del pasado.

Referencias bibliográficas
Benjamin, W. (1931). Pequeña Historia de la Fotografía
Benjamin, W. (1936). La Obra de Arte en la Era de su Reproductibilidad técnica. Obras, Libro I.  Volumen 2





[1] En 1843, el fotógrafo John Elliot fue de los primeros fotógrafos en Buenos Aires (Argentina) en publicitar su estudio en el semanario British Packet; con este dicho, que en el tiempo se convirtió en slogan de daguerrotipos, se invitaba a las personas a registrar su imagen como recuerdo para los seres queridos aun en la muerte.
[2] El memento mori es una alocución latina que significa “recuerda que tú también vas a morir”. En el siglo XIX fue usada para catalogar las fotografías de difuntos.
[3] En el caso de la fotografía de la tía Teresa (Ver ilustración 1) es pertinente acotar respecto al texto de Benjamin, que su muerte sucedió casi 60 años antes de que yo naciera, por lo tanto, esa fotografía de la niña muerta, seguirá siendo la de la niña muerta, así ese ser humano que entre flores yace, sea una de las hermanas mayores de mi madre.
[4] Algunos de los artilugios usados por los fotógrafos eran parales que sostenían al muerto para ponerlo de pie o mantenerlo sentado. También debían “embellecer” el cadáver pues a diferencia de las pinturas que se realizaban anteriores al daguerrotipo, en las fotografías la ilusión de vida se hacía más difícil por la palidez y rigidez del cadáver, esto podría ser óbice para el fotógrafo, sin embargo, varios trabajos de la era victoriana comprueban una buena labor, al dejar en la fotografía el efímero anhelo de vida; aunado al embellecimiento del cadáver, se debía hacer una escenografía que estetizara la muerte, apoyado el fotógrafo en objetos religiosos, mantas, flores, juguetes, etc... Por estos servicios y aprovechando el duelo de los familiares, cobraban grandes sumas de dinero
[5] Dice Benjamin que la más exacta técnica puede dar a sus productos aquel valor mágico que una imagen pintada ya no puede tener para nosotros
[6] Para Benjamin el aura es “la suma de cuanto desde lo que es su origen nos resulta en ella transmisible, desde su duración de material a lo que históricamente testimonia, su peso tradicional, es una trama particular de espacio y tiempo. La aparición irrepetible de una lejanía por cercana que ésta pueda hallarse” (Benjamin, 1939, pág. 14). En el caso de la fotografía postmortem, exceptuando los daguerrotipos que todavía conservan su aquí y ahora por cuanto no es posible una reproducción fiel de la placa, la historia que encarnan las fotografías van sumando un valor con el paso del tiempo, con lo que se puede afirmar que el aura de las fotografías postmortem se recupera al hacerse irreproducibles por la falta de un negativo y porque suman una tradición dentro de nuestra herencia cultural.
[7] Se llama de esta forma a la fotografía de niños muertos que reemplazaron las procesiones del cuerpo inerte del infante a las casas de quienes lo solicitaran pues era de buena suerte tener al angelito en casa. Con el avance tecnológico y la incursión del papel fotográfico, ya no era necesario desplazar el cadáver sino distribuir su fotografía. Este tipo de imágenes, no eran adoradas per se, sino porque representaban metonímicamente el cuerpo del angelito.

No hay comentarios: