EL DÍA QUE CONOCÍ A CARILDA.





                                      Fotografía de Carilda Oliver de estudio tomada de internet


 Por: 
Marley Cruz Fajardo
La Habana (Cuba) 
Especial para La Moviola 



 “Se me ha perdido un hombre. Y lo busco por cifras y guitarras, por rostros y entrepisos, en el cielo, en la tierra, dentro de mí”


De la misma manera en que el autor no sabe hasta que lontananzas sus palabras pueden llegar a sembrar sentimientos e ilusiones, quienes leemos no sabemos qué viajes planea nuestra alma para ir en búsqueda de quienes han sembrado en nosotros la dulce esperanza. Ese fue mi caso: cuando una amiga cubana me habló de Carilda Oliver Labra, no sabía yo que por su poesía picara habría de enamorarme más de una vez. Mucho menos me imaginaría, que un día planearía un viaje con la firme intención de conocer en persona a la mujer aquella a la que se le perdió un hombre entre cifras y guitarras. Esa noche llegué a aquella ciudad y hacía frío. La estación de transporte de Matanzas se parecía más a una casa antigua que a una estación de buses. La entrada al pueblo se asemeja mucho a alguno de los pueblitos del Sur del Huila, Gigante, Timaná, quizás. Cuando bajé del “Viazul” con dirección en mano para el hospedaje que días antes había contratado desde Colombia, un cubano hizo alarde de toda la amabilidad que esta gente está acostumbrada a brindar, me ayudó con mi pesada maleta y me llevó hasta donde Víctor, el dueño de la casa donde me hospedaría. Matanzas es una pequeña ciudad de la provincia del mismo nombre, se llama así porque en los tiempos de la colonia española algunos indios dieron muerte a los recién llegados, forjando un antecedente de rebelión en aquella tierra que recién empezaba a ser conquistada. Pero en la pequeña ciudad aquella noche reinaba una tranquilidad fría, con poca iluminación en las calles, (como casi en toda Cuba), en la cual se respiraba una paz embriagadora. 

Desde mi arribo Matanzas le comuniqué a Víctor mi interés en visitar a Carilda, ese era el motivo principal de mi viaje. Él me manifestó que creía que no habría ningún problema, puesto que Carilda siempre había sido una mujer a quien le gustaba recibir visitas. La noche empezó a trascurrir desde la solitaria casa en la que me hospedé; salí a caminar un rato por el pueblo y me hallé en una larga calle oscura, y al fondo un enorme puente que debido a lo tarde de la noche no me atreví a cruzar. Al día siguiente desde muy temprano salí a recorrer la ciudad. Más allá del puente se encontraba el centro: lleno de grandes y coloridas casas coloniales, un parque con la estatua de Martí y adornado con árboles repletos de flores. Comencé por las librerías, unas cuantas librerías de viejo en donde no hallé un solo libro de la autora de aquel pueblo. Y tras horas de caminar por las calles hablé con distintos libreros, me enteré de historias de béisbol, o de la enorme construcción de la estación de bomberos de la ciudad. Mientras caminaba por una de las calles principales me llamó la atención una casa con un jardín interior; en una de las salas principales había una exposición de pinturas, así que me adentré en ellas. Con tan buena suerte que esta casa resultó ser la casa de la Asociación de Artistas Matanceros, allí un grupo de 5 artistas plásticos y músicos me recibieron, hablaban todos al tiempo, era difícil seguirles el hilo a cada uno, pero resultó ser una reunión muy amena.


 Me contaron de cómo anda el arte abstracto en la Isla, y entre café y buena música me contaron de cuando vinieron a Colombia y su buena impresión de la cívica ciudad de Cali de los 80. Cuando la charla aparentemente llegaba a su final y yo me estaba despidiendo, me preguntaron que cual era el motivo que le llevaba a estar tan lejos de mi casa, así que les conté de mi intención de visitar a Carilda… ellos se miraron entre sí, y me preguntaron “¿Y tienes cita?” a lo que respondí: no. Me contaron entonces que el esposo de Carilda era muy celoso con las visitas, porque al ser ella una mujer de tan avanzada edad no era prudente que recibiera todas las visitas que se le presentaran. Sin embargo, el director de la Asociación llamó personalmente al esposo de la poetisa, el esposo de la autora y me lo puso al teléfono: yo le manifesté mi intención de visitarla, él se negó pero me dijo que si quería podía pasar por su casa y de paso llevar algunos libros que me podrían ser de utilidad, así que con cierta tristeza acepté. Los artistas me animaron, me dijeron que tal vez al ir a su casa pudiera verla así fuera por algunos minutos. Mientras tanto me hablaron de los amores de Carilda, especialmente del esposo aquel al que le dedicó el mítico poema se me ha perdido un hombre. Era un joven al que le gustaba jugar con cuchillos, así como los gitanos, un hombre muy apuesto, como fueron y es siempre el gusto de tan pícara mujer. Ante la imposibilidad de encontrar libros de la mencionada autora, uno de ellos me llevó a la Editorial Matanzas, tal vez allí hubiera algún libro en las bodegas que me pudiera servir. Alfredo Zaldivar es el editor, y con él también hablamos largo rato. De Carilda, por supuesto, pero también me habló de otra poetisa matancera a quien recién empiezo a conocer y de quien no he podido abandonar en mis lecturas: Digdora Alonso: “Gregorio Samsa/ repudiado por su familia/ atraviesa Wall Street/ asombrado de que nadie le huye/”. Digdora no es como Carilda, es una poesía diferente, es una poesía más cercana a la filosofía, a lo erudito; Carilda en cambio, es más cercana a lo romántico, a lo poético, a lo erótico. Dos mujeres nacidas en una misma tierra para adornar las letras cubanas de una profunda armonía. Después de leer la correspondencia entre Digdora con Dulce María Loynaz partí hacia el hospedaje en donde debía prepararme para la reunión de la noche. Reunión con Carilda Mientras entraba al gran salón de la casa, lo que primero me impresionó fue un hermoso cuadro de Martí, era de unos tonos azules como el mar de las costas Matanceras, era una sala con múltiples cuadros dedicados a la poetisa, a la novia de Cuba, a la hermosa y siempre grata Carilda Oliver Labra.

 Yo esperaba simplemente a que el esposo me atendiera, tal vez me diera la oportunidad de ver a Carilda así fuera de lejos, yo comprendía perfectamente que una mujer de su edad debe tener los mejores cuidados, así que de todas formas yo estaba feliz de estar en la casa en la que muchos de sus poemas se habían forjado. De repente apareció ella, vestida de un impecable rojo con negro, y en sus ojos azules, penetrantes, esa picardía de la que ya me había hablado en otra ocasión el poeta José Manuel Espino. Era ella, lo había conseguido, y la emoción era tan grande que las palabras se me atravesaron en la garganta y solo atiné a besar esa mano, tan frágil, tan dulce. Ella me abrazó como a una amiga, y nos sentamos en la sala de su enorme casa, rodeada por obras de arte, sobre muchas de las cuales ella me hablaría en el trascurso de la noche. Las horas se pasaron rápidas, no sé cómo se filtraron por entre la conversación, pero ya era entrada la madrugada cuando salí de la casa. Fue una noche muy feliz para mí, ¡porque con ella hablamos de tantas cosas! Y es que era como tener una fuente de información de primera mano, sus ojos vieron pasar uno de los periodos más populares de la historia de Latinoamérica; ella escribió poemas a la revolución, ella como amiga cercana de Fidel fue testigo de muchas de las respuestas políticas de tantas cosas en Cuba, ella conoció al emblemático Che y de todas esas cosas me habló en aquella noche. Me contó de la tragedia con Batista, de cómo en este oprobioso régimen su hermano fue asesinado, me habló del poema que le mandó a Fidel a la sierra, en las botas de un revolucionario. Me habló del cumpleaños de Gabo, de la celebración que le hicieron en Palacio junto con Fidel y muchos intelectuales y poetas de la isla. Me mostró cada uno de sus cuadros, me conto de sus autores, y del más impresionante, el cuadro de Martí: fue un regalo personal de Fidel, cuadro del reconocido artista Choco. Me habló de su casa, la misma que habitaron sus padres y que había visto correr sus mejores años, que son todos. Ella me preguntó por Colombia, por los paramilitares, por los falsos positivos, por la parodia guerrillera, por la falta de salud, por los paseos de la muerte. Ella como mujer sensible que es, lloró por Colombia, lloró por mí, lloró por ti que lees este texto, lloró por los miles de desaparecidos y de secuestrados, lloró por la falta de humanidad a la hora de hablar de masacres e inasistencia médica. 


Aquella mujer sensible, ávida de compañía, me ofreció su país para que viviera en paz, porque estaba segura de que su país podía brindarme la tranquilidad que el propio no… pero una caminante como yo no se puede anclar en ninguna parte, ella lo entendió y me brindó su abrazo, frágil, desinteresado, cálido, tierno y me dijo adiós. Así termino mi encuentro con una poetisa nonagenaria, a quien quizás la vida no me permita ver más, o quizás sí, no lo sé. De lo que sí estoy segura es que esa fue una de las experiencias más bellas de mi vida. Salí de su casa aquella madrugada armada con sus versos y sus dedicatorias; salí de su ciudad con las primeras luces del día, hacia el otro extremo de la isla en donde me esperarían otras historias, pero eso ya no hace parte de este relato. Post scríptum. Cuando la palabra es lanzada nunca podemos imaginar hasta dónde puede llegar su alcance, primero porque no sabemos quién la leerá o qué explicación se le terminen dando a nuestras letras. Creo por ejemplo, que Marx jamás imaginó que en una pequeña isla del caribe sus letras iban a causar una de las más tremendas revoluciones de la historia de este continente. Martí jamás imaginó que sus palabras se iban a convertir en la base cultural de todo un pueblo. O Carilda jamás imaginó que me enamoraría tantas veces a causa de su poesía. Cuando se hace alguna creación artística, filosófica o literaria nunca se puede saber el alcance que esta pueda llegar a tener. A veces la influencia es buena, otras no tanto, pero eso de eso ya no es responsable el autor… ¿o es que acaso Nietzsche tiene la culpa de que los nazis tomaran su filosofía como base para crear una de las máquinas de muerte más terribles que hayan pasado por este planeta? No, después de publicada la obra el autor ya no puede responsabilizarse de la repercusión de su creación. 


Pero también hay que hablar de lo que las palabras causan dentro del mismo autor, porque si las palabras son capaces de cambiar el entorno hacia afuera, en personas que nada tienen que ver con quien escribe, mucho más, éstas palabras pueden cambiar a quien las escribe. Con esto voy al hecho de que uno de los primeros escritos que realicé para alguien más que no fuera yo misma o mi círculo de amigos cercanos, lo realicé para esta revista alternativa multicultural, recuerdo que era más un ejercicio de inicios de carrera sobre la película Cenizas y nieve. Era un texto tímido y del que jamás pensé terminaría marcando lo que es y será mi vida por los siguientes años. Comencé escribiendo para esta revista y desde entonces no he podido parar, quizás porque este espacio me abrió las puertas de las letras para expresar pensamiento, para adentrarme en el mundo de la discusión con sentido y de la manifestación de ideas por medio de la palabra escrita. Por eso, este escrito que se presenta es también un homenaje a estos espacios, a quienes los hacen posible, a quienes sacan tiempo para leerlos, a quienes son capaces de darle alas a los sueños y a la construcción de pensamiento por medio de la palabra.


 “Agradezco la participación de todos los que colaboraron con esta melodía. Se debe subrayar la importante tarea de los perseguidores de cualquier nacimiento” Silvio Rodríguez (Resumen de noticias)

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