Lógica de la percepción: doxa y epistemología


                                                     Ilustración Andrés Romero Baltodano 


Por: 
Pablo García Arias.
Profesor Pontificia Universidad Javeriana.
Doctor en Filosofía y Letras
Especial para La Moviola 


                             La serpiente perece cuando no puede mudar la piel.                                                                                      De igual modo los espíritus a quienes se impide                                                                                               mudar de opiniones dejan de ser espíritus.
                                                                                                                     
                                                                                                             Nietzsche.

                      
                      Mientras el arte no se libere de la figura, seguirá siendo descripción.
                                  
                                                                Robert Delaunay



Las razones que han motivado el transcurso que se presenta a continuación, surgen de un cuestionamiento acerca de los límites de las artes visuales, comprendiéndolas no tanto como sistemas disciplinarios de ejercicios plásticos estrictamente de escuela, sino como series de prácticas no disciplinares en permanente acto de renovación insistente y claroscura: una movilidad visual que trenza al pensamiento con sus propias opacidades.
            Trátese de la pintura, del cine o la fotografía, de los espejismos del arte óptico o de las llamadas artes decorativas (dentro de las cuales podremos citar, de manera no exhaustiva, al diseño, la marquetería, la ornamentación ceramista, etc.), trátese de la arquitectura y su carácter de pulso para conocer los latidos de una civilización, las artes visuales, en lo que a la época moderna atañe, no cesan de crear y destruir incesantemente  los juicios y prejuicios del entendimiento.
Tales visibilidades que desvelan lo invisible a través de laboriosas vías de manifestación, forjan, empujan y retan no sólo a los procesos de análisis llamados científicos, sino también a los del aprendizaje empírico y asistemático, cuyos roles entran en juegos de intercambio y de negociaciones graduales (todo lo que de la empiria y la contingencia debe aprender la voluntad de lógica y viceversa).
El desarrollo de las fuerzas perceptivas y conceptuales, así como el aprendizaje y la cultura en el contexto de una formación que indague por las simas que se labran entre las vicisitudes que atraviesan a un individuo en tanto que signo a la vez solitario y múltiple, se magnifica o engrandece a medida que se alternan los actos llamados cognoscitivos con acontecimientos de relevancia extra-conceptual (bloques de visibilidad).
El director cinematográfico Luis Buñuel, por ejemplo, da un agudo apoyo al acercamiento de lo que trata el pensamiento y sus desbordamientos al plantear, con respecto al cine, su objetivo creador: decir a los observadores que el mundo es más grande que sus -usuales- estrechas miras, que sus débiles pasiones. Que hay un orbe siempre-otro y siempre teratológico detrás de cada mirada que violentamente se cisura (citado por Fuentes, 29).
Buñuel se apoya en el cine, lo usa como navaja que abre los ojos para mostrar a una vida sus otras realidades, accesibles a veces por las tergiversaciones mentales, por el estado onírico plural que es la llamada razón, y dar así campo a un entendimiento superior: el que participa y habita en las situaciones de proscripción, en los acontecimientos que presentan las periferias sensoriales, sociales, como médanos que conducen hacia una elevación de la propia personalidad: los nazarines, las viridianas, las deformaciones corporales, medios que Buñuel convoca, invitándonos hasta la alianza  con incluso dos grandes locos que se roban un tranvía para pasearse un día por la ciudad de México (Fuentes 29).


Las realidades que desbordan a modo de experiencias circundantes la cotidiana, segmentada realidad del diario personal, ponen en cuestión la creencia en la epistemología perceptiva como cuerpo de conocimientos dado. La percepción no está dada, ni el entendimiento, ni la conciencia o la capacidad de observación. El reconocimiento del existente-sujeto se ha desboronado tras una lucha que encuentra parte de sus orígenes en la confrontación entablada entre Descartes y Montaigne, debate acerca de los límites constituyentes del ser del pensamiento. Descartes, mediante los ensayos del Discurso del método, El Tratado del hombre o los Principia philosophiae, hizo converger las nociones escolásticas que inauguraron la etapa ontológica de la metafísica occidental con el concepto de humanismo renacentista de la época; imagen promotora de un sujeto cuya primacía cosmológica devendría irrechazable. Montaigne, en cambio,  responde con series de Ensayos, para dar con la consigna: “¿Qué es lo que sé?”; pregunta abierta sin respuesta, que en lugar de buscarla, implica una creatividad de sí incesante, donde dudas y certezas cambian de valor: no ya la búsqueda de una seguridad, sino una fabricación vivencial donde la percepción se transforma (Descombes, 16).
Cuando el escritor Jules Michelet plantea la frase “Cada época busca su sucesor”, esboza algo relevante respecto a la relevancia de la doxa una vez que sobrevuela sus dogmatismos sociedad tras sociedad: con apoyo en las páginas de Maurice Blanchot, Descombes dice “lo que surge en este debate de Descartes con Montaigne no es sólo el pensamiento moderno (...); la gran preocupación de una generación es saldar la deuda heredada de la generación precedente (...)”. Así ocurre entre los libros, entre la vida y sus prácticas de creación:

“No creamos que una obra adquiere autoridad porque haya sido leída, estudiada y finalmente considerada convincente. Antes al contrario: leemos porque ya estamos convencidos. Las obras están precedidas de un rumor. Como escribe Maurice Blanchot, la opinión pública (las voces públicas) nunca son voces de una forma tan plena como en el rumor: las voces son, por ejemplo, ‘lo que se puede leer en los periódicos, pero nunca en tal periódico en particular’; esa es precisamente la esencia del rumor, pues ‘lo que conozco por el rumor, necesariamente ya lo he oído’(...) El texto del que nos enamoramos es aquel en el que no cesamos de aprender lo que ya sabíamos” (Descombes 16-17).



La palabra rumor no ha de ser entendida aquí en un sentido peyorativo; se trata de la pluralidad intangible e invisible de actos y voces, incluso en sí mismo, que crean una atmósfera especial y pasajera para la transmisión de un contenido. Jacques Tati. Contenido incomunicable si falla la disposición de intuir igualmente las contingencias que lo rodean y crean. Es lo que ha mostrado tan bien el pensador Nicolás Gómez Dávila: “sólo nos labran los cauces de torrentes momentáneos; la filología, la crítica, la historia, es decir, el arte de leer a un autor, de comprender una doctrina, de conectar los hechos, brotan de un mismo principio: el principio del contexto”. “De los actos pueden nacer verdades, pero no existe verdad en que sea lícito descansar. Toda verdad es una posición minada, una fortaleza que la intriga debilita, una plaza sitiada por enemigos con cuya hostilidad simpatizamos en secreto” (Gómez Dávila, 190, 286. 262).


En un gran texto titulado Sobre la lectura, Marcel Proust ha indagado acerca de este problema de lo circundante como espacio-tiempo generador de nuevas posibilidades de pensamiento y sensibilidad. Narra la consistencia del acto de leer: el lector se encuentra en un momento de su vida ante unas páginas de cualquier autor, lo lee con interés y de pronto le molesta la interrupción de alguien, o un viento demasiado frío, el olor de una mala comida, un sonido que interpela por un instante, un insecto que se pasea por la habitación y lo dispersa. Pasan los años, y si el libro vuelve a caer en sus manos, no será el autor y sus pensamientos lo que en profundidad se re-actualiza, sino la presencia nuevamente sentida de ese olor, de ese sonido o viento, de ese alguien que habló (en su momento conocido y ahora por conocer), de esa vida que ha devenido presente de manera alterada.


No se trata de nostalgias, tampoco incluso de memorias involuntarias, sino del movimiento de signos que transgreden el estatismo de la inteligencia: cognición sensorial capaz de tender al entumecimiento, dada la repetición perniciosa de un saber estólidamente académico-conceptual. No hay que menospreciar a los autores que transmiten la grandeza de un pensamiento rasgado y oscilante. Existen escritores, filósofos, educadores que logran, aun cuando sea transitivamente, adecuar a sus palabras la intención proustiana: “el supremo esfuerzo del escritor como el del artista no alcanza más que a levantar parcialmente en nuestro honor el velo de miseria y de insignificancia que nos deja indiferentes ante el universo” (Proust, 38).


Toda actividad perceptiva requiere un doble proceso de participación; se recibe un contenido, pero éste ha de transformarse, masticarse vivo, alterarse según los propios avatares del aprendiz desmemoriado, según sus propias formas de recomponer un arquitrabe de memoria inconsciente. Sólo se acentúan conocimientos que a manera de intuición se poseían desde siempre. Extraño fenómeno en el que cada quien se forja sus propias verdades, las realidades mismas de su modo singular de vivir entre el mundo que lo crea y que al mismo tiempo crea. Afirmación de las intuiciones singulares, proceso cargado de múltiples errancias y de trampas, pero no obstante el único método –el propio, el que se fabrica cada ser- de honestidad con quien se es, con quien se vive y crece.

Herencia y medio son factores influyentes en la capacidad de desarrollo de tal o cual facultad, pero ni la una ni el otro determinan realmente la disposición diferencial ante la percepción de percepciones que habitan en el océano de la incertidumbre. No hay en realidad voluntades dadas, mucho menos predestinaciones estables. Medios y herencias carecen de validez si no existe una condición positivamente problemática en la propia inteligencia, condición que inducirá a la entrada en cierta visibilidad y no en otra, por razones que ni el individuo mismo sabe bien, pero que conoce de forma extraverbal, en los fondos de su propio Patmos.


La aparición de ese promontorio apocalíptico, su búsqueda mediante vivencias y experimentaciones plurales, prudentes, labra el camino abierto y siempre en producción de la adquisición de nuevos receptores visuales y vitales: “el excitante más potente es la vida”, afirma de nuevo Gómez Dávila (288), y es ciertamente en la vida, en cada vida, donde la voluntad de doxa, la voluntad epistemológica, se construyen como mutuos intercesores.


Una vez más, son Nietzsche, Dostoievski y Freud, cada uno a su modo, quienes han mostrado que las realidades no se componen de figuras cognoscentes contorneadas, sino que detrás de cada aparente figura se mueve toda clase de relaciones no figurativas: fuerzas productivas y relaciones de producción pulsional que desencadenan las condiciones de emergencia para que tal tipo de subjetividad o de objetividad cobre una forma o figuración pasajera. El Arte enseña a la opinión y a la voluntad de ciencia las nociones de reconstrucción, de permeabilidad, de capacidad transformativa, de desfiguración positiva de sentidos como rasgo indispensable para el nacimiento de nuevas opiniones y certezas. Si en efecto la opinión es la desgracia del ser humano, la certidumbre es su más próximo sedante.

  
Fundamentalmente les enseña la capacidad de pasmarse ante lo que aparentemente ha devenido cognoscible. Brotes atónitos renacientes, que se apagan e iluminan una y otra vez, a medida que se vive en una existencia-bígaro. La percepción, así, se hace armilla, con el alcance de despertar y abofetear adormecimientos, perezas y soberbias, no sólo en los demás, sino sobretodo en sí misma. “El olvidado asombro de estar vivos”, señala Octavio Paz (70), en un poema de connotaciones profundas, que trascienden el plano de la descripción dual “doxa o episteme”, para sumergirse en el de la creación trenzada: creación de sí, creación de cada pensamiento en contorsión como si fuera el primero y el último.

                                                   

Referencias bibliográficas


Descombes, V. 1982. Lo Mismo y lo Otro. Cuarenta y cinco años de filosofía francesa (1933-1978). Madrid: Ediciones Cátedra.

Freud, S. 1948. Psicología de las masas y análisis del yo. Obras Completas I. Madrid: Biblioteca Nueva.  

Fuentes, C. 2000. Buñuel viaja en tranvía. En: Cinemateca. Revista trimestral de la Cinemateca Distrital de Bogotá. Nº 11. Bogotá: Enero-Marzo. P.29

Gómez Dávila, N. 1.977. Escolios a un texto implícito. Tomo I. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura. Ed. Andes.  

Gómez Dávila, N. 1992. Sucesivos escolios a un texto implícito. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.

Gómez Dávila, N. 2003. Notas. Bogotá: Villegas Editores.

Nietzsche, F. 2000. Sobre el porvenir de nuestras escuelas. Barcelona: Tusquets.

Paz, O. 1998 Piedra de sol. Barcelona: Mondadori.


Proust, M. 1997. Sobre la lectura. Valencia: Pre-Textos.

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