Empaladas, Rotas y Quemadas: Una Aproximación al Faro Oscuro del Falocentrismo


Fotograma de la película Unas fotos en la ciudad de Silva de Jose Luis Guerin


Por
 Giovanna Faccini
Docente de Medios Audiovisuales
Especial para La Moviola 




“Me atrevería a aventurar que Anónimo, que tantos poemas escribió sin firmarlos, era a menudo una mujer”. Virginia Woolf


“Objetividad es el nombre que se da en la sociedad patriarcal a la subjetividad masculina” Adrienne Rich

En el transcurso de la vida, todos los seres humanos nos cuestionamos sobre el lugar que ocupamos en el  mundo y  las relaciones con la otredad, y a medida que se multiplican, también así las preguntas acerca de dichas relaciones. Algunas personas más sensibles que otras, intuyen que esas relaciones de poder que se comienzan a configurar desde la infancia son desiguales; las preguntas acerca de los derechos, permisos, habilidades del género masculino y oportunidades son prueba de ello,  sin embargo, con el paso del tiempo, estas características de lo femenino y masculino se van normalizando y relegando en el territorio inconsciente,  donde las molestias o inquietudes acerca de las ventajas y/o desventajas, re aparecerán en formas no homogéneas  en los comportamientos, actitudes, pensamientos y sentimientos de los hombres y mujeres.
Nos acostumbramos a pensar que lo culturalmente adquirido es natural, como es el caso del sometimiento de la mujer por el hombre. Parecería que a pesar del apoyo de algunos hombres a la “cuestión” femenina, son renuentes  a ceder a dicho orden natural, pues en la práctica siguen reclamando su posición de poder, apoyados por las demandas internas de la sociedad dominada por lo masculino, que  le dan una larga desventaja a la mujer.
Aunque en la mayoría de los casos se acepte la desventaja, se debe cuestionar la suposición natural y sacar a la luz bases míticas de los llamados hechos, pues estos se van instaurando en la conciencia por medio de las pautas de crianza y la educación, mucho  más relevantes que la fisiología o astros, pues son la crianza y  la educación, la forma como entramos al mundo de las representaciones, y con él a la construcción de sentido.  
Teniendo en cuenta que no solo tejemos relaciones con los seres humanos sino con los objetos, es notable la forma en la que esas primeras interacciones van justificando ciertos roles que sin saber cómo, se van incorporando en el cuerpo, como dispositivos culturales que justifican las acciones institucionalizadas, las diferencias de género, segregacionismo, victimización, etc… dando como resultado diversas situaciones como puede ser el asombro por la excelencia en áreas de competencia de predominio masculino blanco en la ciencia, política y las artes.
La pregunta sobre el porqué de la inexistencia de grandes artistas mujeres en el arte, puede bifurcarse a múltiples áreas del conocimiento y diversas relaciones y temas que se tejen alrededor de lo femenino. Entre dichos temas está la construcción de lo femenino desde la visión femenina, pero algo mucho más interesante resulta ser la visión de lo femenino desde una visión no falocéntrica  de los hombres.
La gran mayoría de imágenes sobre lo femenino a lo largo de  la historia, han sido realizadas desde la visión falocéntrica, de tal manera que el interés de este escrito es indagar por la imagen femenina construida desde la visión masculina no falocéntrica y entender la importancia que tiene en la construcción de una visión no sexualizada de la misma, que acoge otros sentidos y significados  relacionados con la equidad de género y la aceptación del otro en virtud de sus derechos.
La escritura, como vehículo de ordenamiento narrativo, tiene poder y transforma el conocimiento e identidad, por tal motivo se hace necesaria la tarea de revisar diversas teorías y fuentes con el fin de construir nuevas intenciones y un diálogo con el pasado que permita una nueva visión diversificada de las múltiples imágenes que construyen la categoría de “mujer”, entre ellas la visión masculina no falocéntrica.
Sacar  a la luz los hechos míticos  de los llamados hechos, nos obliga a hacer una revisión de la construcción de la imagen femenina en la línea del tiempo y entender cómo esa construcción masculina  falocéntrica de ésta imagen,  fue incorporándose en la conciencia femenina de tal forma, que terminamos configurándola como real. Esta revisión es un ejercicio sine qua non para comprender las nuevas manifestaciones artísticas sobre lo femenino y la incorporación de una  idea de lo femenino diametralmente diferente, que acompaña procesos de emancipación en diferentes esferas de la vida social y cultural de la aldea global.

I
“Debe sospecharse de todo lo escrito por los hombres acerca de las mujeres, pues ellos son juez y parte a la vez”. Francoise Poullain de la Barre

            Dentro de las prácticas escriturales que buscan ordenar las narrativas de la experiencia sensorial y corpórea, se encuentra la crítica historiográfica que  considera la heterogeneidad de las posturas y  prácticas tradicionales y recientes, de esta manera se abren espacios subjetivos que desarticulan el discurso vertical e inamovible de la historia oficial para devolver la mirada al pasado  y crear una conciencia historiográfica que conjuga los objetos y diversas narraciones confiriendo de esta manera, múltiples posibilidades de sentido, de manera activa, toda vez que entra a participar su experiencia y conciencia a través de las cuales puede discernir y tomar posiciones frente a los relatos que se ofrecen.
            Dentro de dichos relatos se pueden encontrar diversos mitos fundacionales, leyendas y cuentos folklóricos de diversas culturas y religiones que en cierta forma favorecen una mirada misógina. A pesar de la distancia espacio-temporal entre diversas culturas, tienen como marco común, una organización patriarcal donde el cielo y el sol se relacionan con Dios y el hombre, mientras que lo subterráneo,  la luna, los poderes sobrenaturales, parteras, interlocutoras de los muertos y pociones mágicas, se identifican con lo femenino, aunado a un desaforado apetito sexual y pasión por seducir a los hombres  con el fin de divertirse, robarles el alma y luego sumergirlos en el frio de la muerte.
Dicha concepción de lo femenino ha dado origen a mitos como el de la vagina dentada en diversas culturas, así como también la imagen de mujer voluptuosa, lasciva y lúbrica que buscan frenéticamente el placer y el éxtasis, llevando al  hombre a un estado hipnótico.  Una de las imágenes creadas en el siglo XI en diferentes partes de Europa como Irlanda, Gran Bretaña, Francia y España,  fueron las Sheela Na Gig (Fig. 1), figuras talladas de mujeres desnudas que abren su vulva de manera grotesca como aviso de los pecados de la carne y la lujuria de la mujer pecadora y corrupta, las cuales, eran puestas en las iglesias románicas.
Son numerosos los historiadores de arte medieval que han constatado que uno de los pecados con mayor número de representaciones es la lujuria, fundamentalmente en el románico. La predilección se debía a la secularización de la sociedad medieval y desarrollo de las ciudades, considerados centros de corrupción. Es interesante observar cómo una alegoría de la tierra  de la iconografía antigua, Gea fecunda (Fig. 2),  que alimenta a todas sus creaturas, se difundió desde la antigua Grecia hasta Compostela en el siglo XI, convirtiéndose en castigo de la mujer lujuriosa.
Como se puede observar, hay una notable coincidencia entre la lujuria y el pecado original. Gea se convierte en la mujer como representación del pecado y objeto de tentación, aunada a la serpiente, animal ligado, desde la antigüedad,  a la mujer, la fertilidad y el sexo. En la biblia es vista como un animal diabólico que incita a la mujer a comer del fruto prohibido y desde ahí quedó maldita y según el libro del génesis, condenada a arrastrarse en su vientre;  la maldición la convierte en el peor animal sobre la tierra, la encarnación del mismísimo demonio. Así las cosas, la serpiente y la mujer quedan inscritas como responsables del pecado original y como eterno símbolo de lo terrenal y la maldad.
                        Desde la antigüedad, la mujer ha sido escindida de su naturaleza. El concepto de mujer en la cultura oficial medieval dominada por el pensamiento religioso de raíces judeocristianas, está totalmente polarizado. Por un lado está la mujer mariana, castrada que busca ser como la virgen María, la no mujer, desexualizada, sin pecado al concebir y por el otro, la mujer demonio, descendiente de Eva. De esta manera, María representa el amor verdadero y puro, a diferencia de  Eva quien encarna el amor lujurioso que condena a la  perdición y el infierno. Es la mujer quien aleja al hombre de dios, es la tentación del demonio personificada, la única manera de alejarla es la vida casta y subordinada al hombre, haciendo de su virginidad la mayor virtud (Castellanos, pág. 148)
Las pocas mujeres que se liberaron de dicho pensamiento y se entregaron a las lides del amor sin miedo ni culpa, fueron acusadas de amantes del demonio o brujas y por ende, entregadas al fuego eterno de la institución inquisidora, la cual tenía como objetivo la extirpación de la esencia de la autonomía femenina.  La virginidad y castidad eran celosamente guardadas por el padre y transferida a la autoridad del varón que la recibiera en matrimonio, estaba ligada al honor familiar por lo que la pérdida de la misma por fuera del matrimonio deshonraba a todos sus miembros.
            No son pocas las acepciones altisonantes que se han construido en torno a la mujer, nuestros miedos atávicos devienen en dos formas de relación con lo trascendente: la religión, con la que se intenta ganar el favor de  los dioses por medio del sacerdote o los profetas y la magia que busca manipular las fuerzas primordiales dadoras de vida y a las que se llega por medio de la mujer, la hechicera o bruja, según la época.







A diferencia de la creencia judeo cristianas, algunos pueblos paganos como los celtas, tenían la idea de la mujer como sujeto autónomo, podían ser guerreras, gobernantes, sacerdotisas o legisladoras,  reflejado en la personalidad de hechiceras o hadas de las leyendas propias del folklore, sin embargo, además de ser fuertes emocionalmente, inteligentes, autónomas en sus decisiones, incluso en las que tenían que ver con su cuerpo y deseos, se les caracteriza como manipuladoras, de carácter voluble  y urdidoras de engaños, teniendo clara la naturaleza ambivalente de las féminas. Sin embargo, con la incursión del poder cristiano y su satanización de la sexualidad, la tradición fue cambiando a un tinte maléfico que escindió a la  mujer en dos naturalezas ambivalentes, la mujer mariana y la pecadora.
            La antropología, reconoce que nuestra sociedad se forma, erige, construye, sobre una base de tabú sobre el sexo,  que se funda como base científica y que se guarda en un grado de abstracción, sin saber qué significa en concreto para nuestra salud y la propia vida. Nacemos y nos criamos con una represión de las pulsiones corporales relacionadas con la sexualidad; dichas fuerzas reprimidas se van inhibiendo hasta hacerlas inconscientes y se prohíben con el fin de evitar prácticas derivadas de esas pulsiones, pues una vez normalizadas, se impulsan mecanismos legisladores que permiten una forma de relaciones sexuales, no solamente relacionadas con el coito, sino con los roles sexuales en la sociedad; de esta manera , la mujer y todos los significados que se derivan de ella, no están dados por lo biológico o lo social, sino producido por prácticas interrelacionadas que adjudican un valor e instituyen relaciones y obligaciones recíprocas, base de la organización social, y como oposición al estado natural. (Pollock, 2007, pág. 60).  
            La categoría de “mujer”,  es un producto de esa red de relaciones por medio del intercambio como madre, hija y esposa, el cual puede ser modificado y por ende reconstruido.  Así las cosas, nos encontramos ante un patriarcado que jerarquiza las relaciones entre hombres y mujeres y controla el poder del trabajo femenino, manteniendo así la exclusión de la mujer a las fuentes productivas esenciales y la restricción de la sexualidad, reforzando y naturalizándolas por medio de la pintura fotografías, películas, etc… proceso que nos mantiene atadas a un régimen de diferencia sexual. (Pollock, 2007, pág. 63).
De esta manera, surge en el panorama el marxismo como instrumento explicativo y de análisis de los procedimientos de la sociedad burguesa, y su ideología con el fin de identificar la construcción de  su idea de “mujer” y sus mistificaciones, las cuales  impiden ver la realidad de los antagonismos sociales y sexuales que privan a la mujer del poder.


II

“El grado de emancipación de la mujer en una sociedad es el barómetro general por el que se mide la emancipación general”. Charles Fourier.
           
            Lo primero que se debe revisar en el proceso de emancipación de la mujer y su engranaje  con el sistema de producción artístico, es la idea de ser víctimas de una sociedad patriarcal, pues cada vez que se trata de entender los problemas referentes al género, vienen las acusaciones y victimización. Varias son las  historiadoras feministas que constriñen la historia del arte que han producido, pues en su afán de mostrar en esa línea del tiempo el gesto femenino en las artes, terminan confirmado la masculinidad de la actividad artística, entrando así a la historia de las pintoras “no para acercarse a los significados y operaciones ideológicas del arte del pasado sino para ilustrar patologías de la opresión”. (Pollock, 2007, pág. 70).  Si bien es cierto,   la sociedad se basa en relaciones de desigualdad social, se debe desafiar lo que se ha instaurado como “natural”, así como también, insistir en que la historia es dinámica y contradictoria. Las sociedades producen arte no solo feudal y capitalista sino patriarcal y sexista, amparados en formas de explotación.
            Las mujeres deben dejar de verse como el problema y concebirse como  sujetos iguales y dispuestos a encarar su situación sin autocompasión y comprometidas emocional e intelectualmente, con el fin de crear un mundo en el que es posible la igualdad y el apoyo de las instituciones sociales, además de ser críticas de sus prejuicios patriarcales para formar una nueva consciencia femenina pues las feministas se han contentado con incorporar los nombres de mujeres en la cronología, sus trabajos, estilos y movimientos. A cambio, Pollock proclama que “una historia feminista debe verse como parte de una iniciativa política del movimiento de las mujeres, como perspectiva de la disciplina y comprometerse a una política del conocimiento” (Pollock,2007, pág. 51).
            Para descubrir la historia de las mujeres y sus manifestaciones artísticas se debe revisar cómo se ha escrito el relato de la historia del arte. La historia del arte que acoge mujeres, usa un lenguaje estereotipado pues usa términos y evaluaciones de manera sistemática e incuestionable, y todo es visto como testimonio de las cualidades derivadas de un solo sexo, visto de este modo, el arte femenino termina siendo inferior.
Un ejemplo que ilustra lo anterior, es el caso de la pintora caravaggista Artemisa Gentileschi. Aunque es notable el talento de Artemisa, no se le  permitió entrar  a  la Accademia dei Desiosi,  le fueron vedados el encargo de frescos y de grandes retablos. De esta manera se puede observar cómo la artista fue relegada a tareas menos notables, no  por la falta de talento sino por la predisposición existente a subvalorar a la mujer en oficios destinados a los hombres. El estereotipo funciona entonces como término necesario de diferencia. El arte hecho por mujeres tiende a ser mencionado y luego despreciado, para asegurar la jerarquía. De esta manera la construcción de la imagen del artista se asume como una especie de sinopsis  de los ideales de la burguesía y un orden eterno que le da continuidad al poder masculino.
El caso de Artemisa nos da a entender que las mujeres no dan la talla y es reafirmado por las feministas cuando dicen que la obra de las mujeres es tan buena como la de los hombres pero que debe ser juzgada con otros parámetros, terminando así de reproducir la jerarquía masculina.
            La historia feminista debe rechazar la valoración crítica y concentrarse en las formas históricas de explicación de la producción artística de mujeres. Soslayar a la mujer de la producción artística de un momento histórico, dificulta que podamos tener una visión más clara de la construcción de imágenes de lo femenino desde la mujer, no como reflejos de la sociedad sino como representaciones que expresan la ideología visual de su género, tratar el trabajo de las mujeres como ejemplo de lo femenino, no enseña nada sobre qué es lo que significa ser mujer y pensar como mujer. Todos los argumentos que generalizan, conminan a ignorar lo individual del artista y su momento histórico y poco aportan para recuperar la experiencia de las mujeres y las mujeres artistas y a criticar y deconstruir autoridades, instituciones e ideologías y la resistencia a las mismas, así como también, repensar los espacios culturales y psicológicos que tradicionalmente se le han asignado a las mujeres y de esta forma realizar una nueva concepción del sujeto mismo, particularmente desde el psicoanálisis (D’Alleva, 2005, pág. 62)
Es por ello que la historia del arte debe ser un ejercicio historiográfico, entender la historia como un entramado de procesos y relaciones heterogéneas dentro de un conjunto de relatos, códigos, ideologías, clases sociales, etc…  que nos ayuden a construir una visión holística de los fenómenos y acontecimientos culturales, pues la práctica social construye nuestra visión del mundo y en ese sentido revisar las nociones acerca de la categoría de la mujer, puede aportar un conocimiento más amplio de la construcción de la imagen femenina.

III

“La gran pregunta que nunca ha sido contestada y a la cual todavía no he podido responder, a pesar de mis treinta años de investigación del alma femenina, es: ¿qué quiere una mujer?”  Sigmund Freud

Aunada a la  revisión mitológica y social  de la construcción de la imagen femenina, es importante indagar por lo  femenino desde el psicoanálisis pues aunque es un terreno deleznable, ha generado variadas inquietudes acerca de la percepción de lo femenino y de las diferentes  posturas que de esa percepción se derivan. Una de ellas es la visión masculina no falocéntrica, aquella que se construye fuera de la posición patriarcal, teniendo en cuenta la respuesta femenina acerca de su alma. Susana Castellanos, expresó la  idea acerca de la condición humana como visión masculina de la vida y que sin embargo en el mundo de los mitos encontró algo que parece salir de otra parte, algo físico, inasible, que es lo femenino:
“Las mujeres libres en la mitología son  hermosas y autónomas. La hechicera prefigura una idea de mujer en la historia del Occidente. Son autónomas en su vida y en su sexualidad, y es por ejercer esa autonomía que los hombres siempre las abandonan. Es un mundo radicalmente opuesto al de la princesa virginal. Las hechiceras son personajes trágicos por excelencia; personajes marginales que no van a terminar como la princesa de cuento. Pero ellas de la única manera que podían actuar, juegan otro juego: ponen las cartas sobre la mesa. Algo muy distinto pasa , por ejemplo, con el mito de la virgen María, o con las princesas morrongas que se conforman con ser un trofeo. Esa es una aberración terrible, una negación del cuerpo. Para mí, la virgen María está en la categoría de los monstruos mitológicos, junto a la quimera, aunque creo que el daño que ha hecho es mucho mayor”.
La virgen María personifica la mujer castrada, aquella que en la mirada repudia su falta de pene, comprobar esta ausencia evidencia el complejo de castración, esencial para la organización de entrada al mundo simbólico. Siempre habrá una amenaza que evoca la ansiedad original y de allí las formas por las cuales el inconsciente masculino tratará de escapar: desmitificando  su misterio o repudiando completamente la  castración por la sustitución de un objeto fetiche o haciendo de la figura representada un fetiche en sí misma, de modo  que se torne peligrosa; de ahí la sobrevaloración de la estrella femenina en el cine. Sin embargo, es interesante admitir que el momento de erotismo máximo tiene lugar en la ausencia del hombre que ama en la ficción.  Esta vía llamada escopofilia fetichista, construye la belleza física del objeto, transformándolo en algo  satisfactorio en sí mismo. La belleza de la mujer reificada y el espacio se confunden; ya no porta la culpa, ahora es un producto perfecto que se fragmenta volviéndose el recipiente de la mirada del espectador. (Mulvey, 2007. Pág.88).  
En las representaciones las mujeres pueden significar castración y los mecanismos fetichistas, una manera de eludir la amenaza. Visto de este modo, surge la pregunta sobre la construcción de lo femenino desde una posición donde se ha superado la idea de la castración. Algunas imágenes realizadas por pintores (Fig. 4, 5), develan una imagen no falocéntrica de la mujer, en donde la atmósfera que se recrea, conserva la idea de lo femenino sin ser sexualizada, alejada de las necesidades neuróticas del ego masculino.
El  falo ha sido la  bandera de la sexualidad, durante centurias se ha asociado como la fuente de placer, sin percatarse que el placer en una mujer se deriva de su clítoris, de manera que se hace difícil admitir que la penetración como mecanismo de placer no es soberano, y por ende el poder del hombre en la relación erótica.
Entender el discurso psicoanalítico puede resultar difícil si no se hace el ejercicio de cotejarlo con la producción de imágenes, por eso, he elegido algunas pinturas del maestro Edilberto Calderón, donde intuyo la aproximación que hace desde su pincel masculino a su anima,  su lugar femenino, alejado de lo pulsional. Aquel lugar que ocupan sus hijas, esposa y amigas y el cual explora y representa con tanta belleza conmovido por su espíritu, queriendo siempre exaltar la cualidad humana.
Una de las temáticas más recurrentes en la obra del maestro Calderón es el  erotismo, una de las virtudes humanas que usualmente cargamos de manera vergonzante. Es por ello que su obra ha suscitado conflictos  en el terreno  estético, ético, político y religioso (Velandia, 2012) . No solo es el tema de lo erótico sino el lugar preponderante que le da a la mujer a través  de los espacios  escondidos, claroscuros  y figuras apenas sugeridas que  evocan experiencias deseadas o momentos vividos.
La sexualidad humana siempre ha sido tabú pero lo es  mucho más  cuando el rol de  seducción es compartido con el  hombre, es decir, no solo esta ella para  seducirlo y lubricarlo; hombre y mujer, a través del manejo  plástico de atmósferas eróticas sin vulgarizar, comparten e intercambian posiciones. Hombres  y mujeres retozan en lupanares, salas, habitaciones, habitan y participan del encanto, del  erotismo contenido y nosotros como  observadores no somos simples mirones sino cómplices de los amantes. Todos guardamos  en la mente, fantasías, pasiones y éxtasis de  nuestro ego erótico, un espacio especial y sensual de las  vivencias, y es en ese espacio donde el  maestro Calderón penetra haciendo de su trabajo un himno al eros universal.
Los rostros y las figuras se bifurcan del acuerdo formal, exacerban la pasión y  la paradoja carnal con desenfado, naturalidad y  una etérea liviandad, como si de una polifonía libidinosa se tratara Todos guardamos  en la mente, fantasías, pasiones y éxtasis de  nuestro ego erótico, un espacio especial y sensual de las  vivencias, y es en ese espacio donde el  maestro Calderón penetra haciendo de su trabajo un himno al eros universal.
En la figura 4, se puede observar cómo la mujer se goza y hace gozar, sin saberse observada, ella y él intercambian caricias, son sujetos del deseo. No hay mostración obscena; disfrutan del acto amatorio libre y naturalmente.  El pintor por un momento tiene la posibilidad de ser ella, de ser él, la empatía es lo que lo acerca a ese espacio del ánima,  lo femenino que habita en el hombre; aceptarlo, le permite ver a la mujer desde su orilla y no desde la lectura fálica que escinde la naturaleza del hombre, contrariándolo e incapacitándolo para entender la naturaleza femenina. Es la bisexualidad psíquica del hombre, lo lleva en sus cromosomas, uno del padre, uno de la madre.
La presencia del ánima es la que permite que un hombre se enamore de una mujer, pone la mente del hombre a tono con los valores interiores buenos  y por ende, a abrirse camino a hondas profundidades interiores, adaptando así el papel de mediadora con el sí mismo (Velandia, 2012).  Es el papel de la mujer interior que busca a partir de la representación hacerse visible y congregar en su aparato psíquico las tendencias psicológicas femeninas como los estados de humor, la sensibilidad y su relación con el inconsciente, no resulta extraño que en la antigüedad fueran las mujeres las que interpretaran la voluntad divina y la conexión con los dioses.



Referentes bibliográficos

Castellanos. S. ( 2009). Diosas, brujas y vampiresas: El miedo visceral del hombre a la mujer. Editorial Grupo Norma: Bogotá
Cordero, K. (s.f). La escritura de la historia del arte: sumando (se) subjetividades, nuevas objetivaciones. Revista Errata. Fundación Gilberto Alzate Avendaño y el Institutp Distrital de las Artes- IDARTES
D’Alleva, A. (2005). Methods and Theories of art history. Laurence King Publishing: Londres
Harris, J. (2001). The new art history, a critical introduction. Routledge: New York
Jung. C. (1995). El Hombre y sus Símbolos. Ediciones Paidos: Barcelona
Martinez de Lagos, E. (2010). La femme aux serpents: Evolución iconográfica de la representación de la lujuria en el occidente europeo medieval.  Recuperado de http://www.durangoudala.net/portalDurango/RecursosWeb/DOCUMENTOS/1/2_3447_6.pdf
Mulvey, L. (2007). El Placer Visual y El Cine Narrativo. En Cordero, Karen y Sáenz, Inda (2007). Crítica feminista en la teoría e historia del arte. Universidad Iberoamericana
Nochlin, L. ¿Por qué no han existido grandes artistas mujeres? En Cordero, K & Sáenz, I. (2007). Crítica feminista en la teoría e historia del arte. Universidad Iberoamericana
Pollock, G. Visión, voz y poder: Historias feministas de arte y marxismo. En Cordero, Karen y Sáenz, Inda (2007). Crítica feminista en la teoría e historia del arte. Universidad Iberoamericana
Redacción Arcadia. (2010).  Una Celebración de los demonios. Revista Arcadia. Publicado el 16 de marzo del 2010. Recuperado de http://www.revistaarcadia.com/impresa/ideas/articulo/una-celebracion-demonios/21460
Velandia, C. (2012). Edilberto Calderón: Cincuenta años de Pintura. Editorial Universidad del Tolima
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