DIALOGO DE SOMBRAS: STEFAN ZWEIG





                                                       Ediciòn de la editorial El Acantilado


Por

Gabriela Santa Arciniegas

Colaboradora Habitual La Moviola





Estoy en la cama de un hotel

En esa ciudad cuyo nombre nos recuerda la confortable era del Imperio

Me volteo hacia Stefan

Mi amor le digo

– y mastico palabras en una lengua que cruje entre los dientes

como piel de serpiente cocida

que me quiere soplar a la garganta aires de mares tibios –

¿por qué no esperaste un poco más?



Yo la miro mientras nos dormimos

Recuerdo

Cuando sentado en mi banco “con los pantalones y gracias”

Oía a los formales abejorros del Averno

Comer y regurgitar como condena dantesca

una misma lección que duraba cien años cada hora de clase

y salíamos ancianos y seniles a recibir la adolescente bofetada de la ciudad de afuera

una ciudad con teatros, museos, librerías, universidad.

Si nos hubiesen prestado más atención, habrían descubierto que tras el forro de nuestra gramática latina se ocultaban poemas de Rilke

Y columpiados entre las cuadrículas del cuaderno

bajo las ecuaciones

Las poesías más bellas y más ignoradas…

En un café vienés bebíamos en voz alta

En periódicos recién horneados

El río del mundo que transcurría.

Éramos ávidos deportistas, atletas del arte y de las letras.

Eran muchachos libérrimos felices descubriendo un mundo nuevo

Oh, arte hechicero, cuántas horas grises…

En ese tiempo reinaba el amable monstruo de las motas negras.

Esparcía su extasiante imperio de las hermosas letras ¡Ah! De las notas, qué elixir.

En aquel tiempo lo nuevo era un manjar prohibido.

Y nosotros éramos vándalos viciados en los placeres de las más sensuales, las más sabias, las más excitantes, las más hermosas de todas: las musas.

Nos colábamos en los ensayos de la Filarmónica… leíamos todo lo que nos caía en las manos

¡Shh! ¡Silencio! Por la calle pasa Mahler

Tarareando quizá una nueva pieza suya

y Brahms me ha dado un golpecito en el hombro.

Y en la esquina hay un barbero que ha rasurado a Sonnenthal

Oh, arte hechicero, cuántas horas grises…

Sí, recuerdo, mientras ya casi sin fuerzas pones tu cabeza en mi hombro… duerme y no temas…



Éramos entonces cazadores de versos. Hasta de los primeros versos de Valéry.

Los jóvenes descubren a sus poetas porque quieren descubrirlos. Encontrábamos lo nuevo porque lo queríamos.

Y era Nietzsche un atrevido que bombardeó el panteón de los filósofos. De repente quedó destruido el viejo orden cómodo y plácido ¡y éramos anárquicos! Alguien dijo decadentes. ¡Y éramos tan jóvenes!

El arte de los viejos había muerto. Lo recuerdo.

Hauptmann, George, Rilke, Schintzler, Bahr, Beer-Hoffmann, Altenberg… y a la cabeza, Hofmannsthal, el bachiller flaco e imberbe, de pantalón corto con su bigote suave… y su figura elástica… perfil marcado y de tez oscura… ojos aterciopelados, muy miopes; más que ponerse, se diría que se lanzó a hablar, como lo hace un nadador a las aguas que le son familiares…

Cada vez que abría la boca, se volvía fuego. Y sus palabras eran plumas que no conocían la tierra.

Oh, arte hechicero, cuántas horas grises…

Ay, monomanía encantadora del fanatismo por el arte…

Sí, hoy me pregunto cuándo encontrábamos el tiempo necesario para leer todos aquellos libros… veo claro que fue en detrimento de las horas de sueño.

Ese era el mundo de ayer

¡Ay, era el tiempo en que las delicadas líneas de las letras y de las corcheas no habían perdido por knok-out

Ni habían sido pisoteadas por el hediondo pie de un atleta!

Hoy las páginas de deportes de los periódicos, con su lenguaje criptográfico, se me antojan escritas en chino

Ay Viena, cuán poco vi de ti durante mis primeros veinte años

¡Tanto que leí en los diarios de tus cafés!

No conocí el sol del verano

Pero conocí el placer de un café vacío, y de mil diarios listos para engullir.

Sólo aquél que ha aprendido a expandir su alma a los cuatro vientos a tiempo,

es capaz más tarde de abarcar el mundo entero

Sí, recuerdo, mi Beth, mientras me duermo tomando tu mano cada vez más tibia y más quieta.

Oh, arte hechicero, cuántas horas grises…



Y en ese contexto entró el Eros Matutinus

No sólo a mí, al mundo entero

Llegó la respuesta para la histeria:

<<… Charcot lo sabía…>>

Y se oyó detrás del escenario

La verdad sobre la trágica Dama de las Camelias

… No era una dama.

El corsé roto, las crinolinas quebradas,

botón ortopédico de flor, cárcel – que digo cárcel, jaula – para la mujer, bestia tentadora

botón vientre perfumado de cuero y de metal

liberó a la hembra ¿Es Lilith? ¿Es Eva?

Y la hembra, después de un gran esfuerzo… respiró.

Y comenzó a bailar descalza

Isadora Duncan.

Silencio. Todos atentos.

No hay nubes con trompetas, no se vio el gigantesco dedo de uña mordisqueada gritando: ¡Fuera!

Sólo un pervertido sollozando. Habían matado su sueño. El sueño del tobillo desnudo.

¿Recuerdas mi Beth? Y tu mano está fría, y mi mano está quieta.



Y recuerdo entonces cómo en este imperio de musas

Fueron entrando

Sobre patas de acero

primero las máquinas

muy ordenadamente

después las masas

las masas esgrimiendo claveles

- Aún se elegían flores como banderas

Y no botas altas, ni puñales, ni calaveras -

las primeras filas llevaban claveles rojos

las segundas, claveles blancos

y las terceras, la centaura azul

marchan llevando amarrada al brazo la runa infame

marchan sin conocer el abismo tras los ojos del Fürer

sin presentir la diáspora ni los campos donde no se siembra pero sí se entierra

donde se usan filos más profundos que la hoz

donde no se siega trigo pero sí se siega.

Oh, cuántas horas grises…



Recuerdo, mi querida compañera acostada al pie de la estación de trenes

cuando éramos jóvenes y no nos conocíamos

Y otros como yo probaron

La dureza de sus garrotes

Me golpearon a mí y a quienes no descendían de los áureos dioses

para que pareciéramos jamelgos viejos

Para labrarnos la cara y esculpir en ella hocicos de bestias.

Eras un poeta, y no es posible exigir a un poeta que haga ni el payaso, ni el tenor ni el jabalí... No eras hombre del manifiesto, ni del discurso

En Austria ya había estallado la guerra de todos contra todos…

Con el nuevo siglo, simultáneamente había empezado en Europa el ocaso de la libertad…

Y cuántas horas grises…

Ahí se abrieron tus dolorosas alas, se abrieron porque ya no había nido.

Ibas sonámbulo ...con tu patria perdida a las espaldas , errante judío soñador

Tenías que entrar a Sur América por algún puerto, por alguna puerta...

Te tentaba, en la geografía como en la historia, lo interior.

Fuiste amigo, generoso, como la lluvia, inevitable

No te preocupes, dijiste, algún día seré yo quien te agradezca

Y así pude sacar del fango a un amigo tuyo

... Pero no te pude sacar a ti.

Ven, dame la mano, te dije

"estoy cansado" murmuraste

"ya veremos"

Y te dormiste.

Tu madre había muerto sin poder sentarse a ver las palomas

Porque las bancas de los parques le estaban prohibidas.

El calor ha secado mi cerebro , te dije.

Estoy demasiado abatido.

Vivimos en una época

como al final del Imperio Romano

y no veremos renacimiento.

Sólo quedo yo conmigo.

Escribo para demostrarme a mí mismo que

même dans les temps de fanatisme, de la guerre de de l’ideologie féroce

La liberté intérieur est possible…



¿Sí oyes la marcha nupcial de las ruedas sobre los rieles? Vamos, Beth. No llores. Ya viene por nosotros.

Era como si te fueras a encontrar con tu madre. Sencillamente.




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