Tributo a Thomas de Quincey : Vuelvo a Thomas de Quincey cada vez que puedo. Leerlo me hace bien.









Por

Jorge Carro L.

Director de la Red de Bibliotecas Landivarianas

Universidad Rafael Landívar

Guatemala

Especial para La Moviola





Recuerdo que en no pocas ocasiones mi paisano Jorge Luis Borges lo señaló como el modelo más perfecto de escritor, no sólo por la calidad de su bellísima prosa, posiblemente la más elaborada entre los autores de habla inglesa del siglo XIX, sino por el notable ingenio que desbordó en ellas, por la malicia con que felizmente increpaba a los lectores, la manera en que los provocaba a las más inimaginables maldades y al reconocimiento de personajes que para otros autores eran malditos o villanos y que no lo eran para de Quincey que saltó los cercos moralistoides victorianos con su traducción de las “Confesiones de un comedor de opio”, de Charles Baudelaire, publicada en 1821, en el London Magazine.Y aunque tanto para Borges como para Baudelaire fue un maestro, debemos asumir que de Quincey es todo ausencia en la literatura, donde fue y es aún -¡oh capricho de los mortales inferiores!- “ninguneado”.“Precursor o sombra”, para Marcos Mayer, “de Quincey pertenece a esa categoría de escritores relativamente oscuros, como Marcel Schwob o Henry James, que no forman parte de una historia sino que parecen ser los bordes de un camino destinado a fulgores más visibles.” Y Mayer va más allá, al señalar que “de estos escritores suele rescatarse más que una página, una actitud. Los pudorosos artificios de Schwob, la distante suspicacia del punto de vista jamesiano, el temperamento digresivo de De Quincey que apunta Baudelaire”.Al leer a de Quincey no cabe la menor duda que fue un digresivo, aunque pueda discutirse este adjetivo que no en pocas ocasiones esconde bajo su pretendida precisión, una velada dispersión. Pero nadie mejor que el propio de Quincey para hablar de si mismo. “Sin faltar a la verdad y sin cuestiones de modestia, puedo afirmar que mi vida ha sido por completo la de un filósofo; desde mi nacimiento me convertí en una criatura intelectual, e intelectuales, en su más alto sentido, han sido mis intereses y placeres, ya desde mis días de colegial.(…) He pasado la mayor parte de mi vida en la más absoluta e ininterrumpida soledad, por propia voluntad y siguiendo mis inclinaciones intelectuales más que cualquier otra persona de mi edad a la que hubiera conocido o de quien hubiera escuchado o leído.”Por unos de esos formidables designios del azar, tuve en mis manos hace algunos años, un trabajo donde encontré formidables semejanzas entre el Judas Iscariote, de Thomas de Quincey y el sincrético “Hermanito” Simón, que en Guatemala se venera entre candelas de colores, pom, guaro y tabaco.Y al rendir tributo a Thomas de Quincey lo hago extensivo a todos los “ninguneados” de la literatura, lógica respuesta que los lobbistas de las palabras, de los que socialmente publican “éxitos de ventas” o viajan por el mundo al amparo de un cuate ministro o embajador. Notable diferencia con de Quincey y otros digresivos como Lucio V. Mansilla, entre los escritores rioplatenses contemporáneos del inglés, para quienes la digresión no operaba como una distracción, sino como un remanso del texto, como la acentuación de aspectos más intensos.Hoy Thomas de Quincey, tan “ninguneado” por los suyos -como Enrique Gómez Carrillo en Guatemala- está asociado a esos malditos que reivindicaron el simbolismo y el surrealismo francés, en esa posibilidad –estética- que brindan el crimen y las drogas, dando validez sin duda, al viejo adagio alemán: “Dios está en todas partes, el Diablo en los detalles”.De Quincey es tan desconocido entre nosotros, que pereciera necesario inventarle –como lo propuso Fernando Báez – un prestigio, que por lo demás ya tiene, con creces. De Quincey fue admirado por escritores como Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson, Charles Baudelaire, David Herbert Lawrence, Virginia Woolf y por Borges, que no es decir poco.De Quincey tenía una teoría literaria que dividía a la literatura en dos: la literatura del conocimiento, que es toda comunicación de sucesos del mundo material con intención didáctica: diccionarios, gramáticas, leyes ortográficas, calendarios, farmacopeas, informes, etc.; y la literatura de poder: afectiva, provocativa, destinada a conmover al lector, a apasionarlo por un tema. Esto es lo que logra Thomas de Quincey en “Sobre el asesinato como una de las bellas artes”, un exquisito libro, único en su género y que si se consigue en alguna de nuestras pocas librerías-librerías, deberías comprar y leer.Como dije alguna vez, hace ya muchos-muchos años, el mañana de la cultura es el de los “ninguneados” de hoy, como los best seller del presente son el olvido del mañana.

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