Armando a Hanna Barbera con espadas




Por
Camilo Andrés Martínez Garzón
Estudiante Comunicaciòn Social
Especial para La Moviola



El siguiente análisis es realizado con los primeros 19 tomos recopilatorios de Usagi Yojimbo publicados por Planeta DeAgostini, seguidos por los títulos publicados directamente por Dark Horse hasta la fecha, junto a las publicaciones de The Mice Templar de la editorial Image Comics.
Yo creía que Sergio Aragones estaba muerto. Luego de enfrentarme a un terrible numero de la revista “Mad” (gordo error), y antes de rendirme ante tanto photoshop barato y critica facilista, encontré 3 páginas con pequeñas tiras cómicas. Eran malísimas. Pero entonces recordé: ¡Pero si este es Sergio Aragonés! ¿Donde más podría estar sí no es en una publicación como esta? No ha muerto. Aragonés llegó a mi vida cuando leí su crítica a los grandes del Mainstream en los comics: Sergio Aragones masacra Marvel/DC. Nada destacable. Nada divertida. Típico artista de tebeo en las “aventuras dominicales”. En mi no dejó marca su trayectoria, para muchos ha de ser un maestro, para mí es solo un escalón. Me explico: fue un pequeño prólogo escrito por él lo único que guarde en mi memoria; el hombre está encasillado en el típico: si es independiente es bueno. Así que su visión sobre el tema que trataba poco aportó y compaginó conmigo. Pero el tema si quedó en mi cabeza.
Aunque inició el prologo con el discurso “Hay más que superhéroes en los comics”, logré superar los renglones de aquellas ideas que se le oyen a cualquiera y di con algo inesperado: hablaba de un conejo samurái de nombre Usagi Yojimbo. El personaje creado por Stan Sakai era para Aragonés un gran logro en el noveno arte. Seguí mi vida, pero recordé el nombre de aquel ser de tinta mencionado por ese caricaturista.
Un par de años después, al reencontrarme con el confundible trabajo de Aragonés, recordé el extraño concepto del ronin de orejas largas en la época del shogunato japonés. Me di a la tarea de buscar las publicaciones de Sakai, que hoy en día, superan los 136 números. Una meta envidiable para todo trabajo a manos de un solo escritor. Al leer cada arco argumental y tomo recopilatorio supe que Sakai es gran exponente de una ley en el mundo del noveno arte: Cuando un personaje es tratado por el mismo escritor durante todas sus publicaciones, este logra evolucionar y plantear una mitología clara.
Usagi Yojimbo es todo un rescate cultural e histórico que se cuela entre una narrativa ágil, diálogos simples pero justos, un dibujo que, al igual que todo el comic, evoluciona y se hace indispensable en cada cuadro. Nada sobra y nada está de más, gracias a la base de Sakai: las antiguas películas sobre samuráis de Akira Kurosawa. Su personaje principal, Usagi (basado en el famoso Miyamoto Musashi) luego de perder a su señor en las guerras pre-shogunato y verse transformado en ronin, se dedica a seguir “el camino del guerrero” en un viaje de auto conocimiento. Un inicio suficientemente fuerte para desencadenar docenas de personajes, situaciones, creencias, historias, tristezas y moralejas.
Más allá de destacar aspectos narrativos y de continuidad, como se hace en toda revisión de comics, quiero resaltar algo aun más importante y significativo en Usagi Yojimbo: el alma. No me refiero a algún extraño concepto digno de un fotógrafo o músico, no hablo literalmente que las páginas escritas y dibujadas por Sakai tengan un espíritu. Me refiero a un alma conceptual, un transmisor de sentimientos e ideas. Daré un ejemplo: cuando muchos ven en “los héroes de Fukushima” un inexplicable sentido del deber y compromiso, yo veo una respuesta normal de la sociedad oriental.
Nuestro hemisferio poco conoce sobre el honor. En países donde cada forma económica, faceta aun más importante que la política, está centrada en el capitalismo individualista y superior a la moral tradicional, no cabe en nuestras cabezas un acto de heroísmo como el de Fukushima. En los viajes de Usagi se da a conocer toda una cultura de siglos de antigüedad que encuentra su mayor pilar en el honor. Y entonces, cuando veo esos hombres que el mundo llora entrar a ese desastre de energía nuclear, puedo vislumbrar que cada uno tiene orejas de conejo. Cada uno de ellos es Usagi Yojimbo: entregados al deber, honor y sentido de bien social y comunal. Ante ese pensamiento, me doy cuenta que el trabajo de Sakai, superando las historias sobre ladrones, bandas, asuntos del pasado, doncellas, señores y espíritus malignos, es un trasporte de su propia cultura.
Es preciso explicar el porqué del título “Armando a Hanna Barbera con espadas”. Cuando devoraba los tomos recopilatorios de Usagi Yojimbo, leí otro prologo igual de revelador que el escrito de Aragonés, esta vez escrito por Alejandro Jodorowski. El autor iniciaba con la frase que el filósofo español Unamuno dijo en su lecho de muerte: “¡Nunca pude soportar a Shekespeare!”, con esto como ejemplo, Jodorowski quería, en sus últimos momentos, confesar que “¡Nunca pude soportar a Walt Disney!”. Todo esto, lo aclara Jodorowski, para sobresaltar como Usagi Yujimbo es la salvación de los animalitos parlanchines que aprendió a odiar gracias al ratón Mickey. Pues yo odio a los personajes de Barbera. Y ante este desprecio, ya sea de Jodorowzki por Disney, o mío por Barbera, descubrí que el mejor camino para salvar a los animales humanizados era armarlos con espadas.
No piensen que, como media población universitaria, fundo mi desprecio en algún libro de hace décadas que hoy en día no tiene el más mínimo sustento (Para leer al pato Donald de Mattelart Armand y Dorfman), o demás textos que ya ni siquiera circulan y siguen siendo parte del análisis del comic para los profesores de comunicación. No ahondaré mucho en los porqués de mi desprecio a los animales con traje, pero si sustentaré mi idea sobre armar a Hanna Barbera con otro ejemplo. Al buscar más animales parlanchines blandiendo armas, llegué al trabajo conjunto del escritor Bryan J. L. Glass y el dibujante Michael Avon Oeming: The Mice Templar.
Aunque The Mice Templar no tenga las mismas connotaciones de rescate cultural como es el caso de Usagi Yojimbo, el titulo cumple con construir su propia y solida mitología. El fuerte de Mice Templar no está en las situaciones ni diálogos, su mayor logro es, con el primer número, construir todo un contexto histórico de personajes y conflicto. La historia cuenta como una tierra habitada por ratones, ratas, zarigüeyas y demás animales por el estilo, ha quedado desprotegida dada la ausencia de sus legendarios protectores: los templarios, los cuales han desaparecido luego de una sangrienta guerra interna. Usando la toma de un pueblo como excusa, se narra el descubrimiento de un nuevo héroe, su camino y ascensión. El titulo, que ahora va por su volumen 3, aun no muestra señales de terminar, más allá de los anuncios sobre “recomiéndanos a otros lectores” que son señal de una posible cancelación dada, por desgracia, al mal desempeño en ventas.
Sin tomar en cuenta el incierto futuro de la publicación del comic, The Mice Templar, hasta este punto, es una lectura ágil, que invita a tomar el siguiente número, sorprendiendo con cada nuevo elemento adherido a una rica mitología. Una de sus fortalezas es el característico arte de Oeming, el cual, a pesar de manejar proporciones clásicas de adaptaciones televisivas del noveno arte, juega con la violencia y el dinamismo de una forma única, junto a una maquetación que aprendió de trabajos previos con otro gran escritor: Michael Brian Bendis en el título Powers.
The Mice Templar es violento, grafico, épico y, aunque estereotípico en la construcción de personajes, sabe llevar bien la relación entre los mismos. Cuando los ratones empuñan sus espadas y reflejan el mismo sol que la katana o wakizashi de Usagi Yojimbo, tengo fe en que, permitir hablar a los animales, encierra un brillante futuro mediante se emborrachen con sake o se rebelen contra un rey tirano, y por sobre todo, estén dispuestos a defender a los débiles con acero. Gracias Aragonés, tus caricaturas pueden ser simplistas, pero sabes glorificar arquetipos tanto inesperados, como correctos y mesiánicos.

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