SE APRETABAN COMO SALVAVIDAS CONTRA EL MAR

fotografía: Andrés Romero Baltodano.




CUENTO.



Por
Andrés Romero Baltodano







“Cuando se dio cuenta de que la naturaleza de un hombre
cualquiera saciaría su deseo, sintió compasión. Extraña compasión,
que se dirigía a quien fuera que fuese el escogido.
Ya que competía al hombre sucumbir ante las propuestas,
sin derecho a rechazarlas”…

…Mirna llevaba la cuenta de las veces que su cuerpo se acaloraba por una piel en cajitas de fósforos.
Una vez que el ser humano escogido para recorrerla como un pintor recorre una pared cuando la está pintando se despedía y batía la puerta pintada de azul de su apartamento de un quinto piso… prendía el fósforo, lo soplaba con rabia y lo guardaba quemado… las cajitas ya ascendían a seis semi-llenas ordenaditas y dispuestas a ser una bitácora del amor.

Sus diez y seis años despuntaban como ojitos de ratón en una madriguera prestada, cuando sintió entre sus piernas níveas un alarmante primer Incendio. Un incendio fogoso, con árboles carbonizados que caían a lado y lado de su pubis, esquirlas, explosiones, ramas caídas desde lo alto que estremecían su bosque interno, el corazón latiendo a tres mil por hora, el sudor que inundaba el cuellito de su camiseta rosa, las palmas de las manos convertidas en un lago para navegar sin pasaporte… frente a sus ojos un hombre casi desnudo bailaba a Piazzola con un tatuaje de un árbol de navidad cerca a la baja pelvis… ella estaba hipnotizada… allí entendió que sus incendios serian frecuentes, que la señal de su voracidad era ese calorcito de parrillita de camping que le nacía de dentro de su ser, como si el clítoris estuviera en un campo minado…

Mirna se sabia un rió en fuga, una planta carnívora que degustaba a sus presas después de mirarlas cinco minutos… la mecánica era siempre la misma, su presa avanzaba a lo lejos desprevenida como un “bambi” que pastaba en un café o en un evento de aeromodelismo, en un carro que se paraba a su lado y ella volteaba a mirarlo en cámara lenta, en sus ojos numeritos indicadores de “ no se que se que” se movían hacia delante y hacia atrás anárquicamente (como las cámaras fotográficas digitales) y minutos más tarde su presa estaba entre sus muslos que apretaban como una presa hidráulica y se abandonaban lentamente, pegajosos como un blues distante… se lamían, se apretaban como salvavidas contra el mar… se buscaban la saliva compartida de una boca a la otra, se mordían con hambre… la piel dejando huellas de arados sin sal… si la “víctima” era hombre, Mirna rodeaba su pene con una lengua cariñosa y fuera de sí, enloquecida por ese obelisco sin cielo… si la victima era mujer ponía cuidadosamente sus codos entre el orificio y suavemente horadaba y hacia círculos concéntricos, mientras su voz salía entrecortada y su boca se llenaba de azul… lágrimas prendidas y apagadas hacían ríos adolescentes entre la piel, la almohada mojada, la piel roja y horas después los orificios lastimados por embates, a veces de guerreros o guerreras violentas, o a veces pintados de rosa y frases cursis que se dicen antes de acabar la faena.

Quemar los fósforos y saber que cada fósforo quemado era una galería de besos y de tardes solazada entre sus cuerpos, llegó en un momento a hacerla sentir una horrorosa compasión por la eterna debilidad de aquellos que habían sucumbido a la forma de sus brazos, a sus tatuajes de abejas con sed (tenía tres abejas en partes diferentes del cuerpo), a sus mimos falsos (que partían de su natural coquetería), a sus ojos directos que pedían sexo a los pocos minutos de conocerse (no todas lo hacen – aunque lo piensen-).

Prendió la tele y allí avisaban que el eclipse más largo del siglo (seis minutos 39 segundos) se daría en India, Nepal, Bangladesh, Bután, Myanmar y China… eso fue como un estremecedor campanazo para Mirna: un cuerpo oculta al otro cuando el primero se muestra dispuesto sin restricciones?

Dentro de sus selvas indómitas comenzó a crecer un sentimiento de desprecio infinito por esa raza de débiles de cuerpo, que se evaporaban por unas tetas blandiendo un pezón erecto y lleno de dulce saliva… era como si un ser superior la invadiera sin permiso y le dictara una carta, como una constitución, donde los débiles de cuerpo deberían ser exterminados y eliminados, una declaración de principios contra el placer (como oscuras hormigas falangistas)… como se plantó esa semilla de contradicciones?...
…Ella no lo sabe.
Como inundó su piel blanca de coleccionistas de besos y mordiscos alienígenas que le dolían y dejaban marcas pero que la elevaban al cenit? Nunca lo supo… era como un tsunami emocional irresponsable e inexplicable…
…Un desprecio silvestre que crecía sin abono y sin cuidados….


Entonces decidió que quería evaporarse, desvanecerse entre árboles mojados, de momento su fantasía era encontrarse de pronto dibujada en un papel y que alguien (una mano fabulosamente anónima) la rayara y la rayara y ella se fuera perdiendo entre ese esfero asesino que borraba su imagen, como si el tiempo que el dibujante se hubiera tomado en dibujar sus brazos, su boca abierta, su vestidito de canguros con guantes de box hubiera sido perdido…

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