BOLÍVAR: EL TRIUNFANTE GENERAL DERROTADO


LIBROS PARA SUS OJOS.

Por

Yuri de J. Ferrer Franco
Profesor Universidad Distrital








Una relectura, a propósito del Bicentenario
García Márquez, Gabriel (1989). El general en su laberinto, Bogotá, Oveja Negra, 285 p.







Ese culto desmesurado y sacralizado de Bolívar, no es más que un sentimiento atávico de culpa de los que lo trataron como un perro. Pero yo sigo creyendo que Bolívar, así, apaleado y jodido, es mucho más grande que como nos lo han tratado de vender.

Gabriel García Márquez1




Dos salvedades:

Primera
Escribo esta reseña, atendiendo el orden de importancia que he dado a las ideas que me suscitó la lectura inicial del libro, en 1989, y su relectura hoy, en el contexto de la celebración del Bicentenario, acción pertinente en la celebración de esta efemérides que tantas convocatorias culturales y artísticas ha puesto en circulación.
Segunda
He utilizado algunas entrevistas que le hicieron a García Márquez con motivo de la aparición de las novelas publicadas en el período El Heraldo de Barranquilla y la revista Semana, las cuales fueron de gran ayuda para acercarme a un libro tan polémico en momento de su publicación. En estas entrevistas, el propio autor defiende y justifica las razones que movilizaron la escritura de la novela y expone los problemas que afrontó al adelantar un trabajo creativo que implicaba involucrar hechos definitivos para la historia de Colombia.

¡Era un ser humano!
Cuando volvió a la alcoba encontró al general a merced del delirio. Le oyó decir frases descosidas que cabían en una sola: “nadie entendió nada”. El cuerpo ardía en la hoguera de la calentura y soltaba unas ventosidades pedregosas y fétidas.2
Lo confieso: yo jamás había pensando en un Simón Bolívar que “soltara ventosidades pedregosas y fétidas”, que se sintiera agobiado por la tos o el insomnio, que vomitara sangre, que tuviera mal aliento, que pudiera ser víctima de la tuberculosis, que soltara “pingas”, “carajos” y “maricones”… que sufriera. Yo siempre había tenido la imagen de un Bolívar que murió en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, rodeado de gloria solitaria, después de haber libertado a la Patria, luego de vencer a los realistas con un ejército de hombres desarrapados, mal armados, pero ansiosos de Independencia; por eso El general en su laberinto me desconcertó desde las primeras páginas.
Yo fui de quienes compró el libro apenas salió: tanto se había dicho, que era inevitable leerlo cuanto antes. Mi desconcierto inicial se fue transformando en inquietud y retomando hechos históricos, remitiéndome a textos escolares, recordando lo que a este respecto me enseñaron en la primaria y el bachillerato, evocando los cuadros y ornamentos que exhibe el Museo Nacional en la “Sala de la Independencia”, no pude sino concluir que el cuento de nuestra historia está demasiado mal echado y que ese general humano de quien García Márquez había recogido los pasos en su novela, ha sido una de las víctimas principales de la mala interpretación, del sentido acomodaticio que a las circunstancias y a sus protagonistas, dan ciertos historiadores.
El Libertador de capa roja y casaca azul montado en su caballo blanco, cuyo vientre aprisionan un par de botas altas, negras y bien lustradas, comenzó a adquirir un carácter inconsistente: la imagen del Bolívar de los retratos que le hicieron (con excepciones contadas), es la misma que puede extraerse de los libros de historia de Colombia: demasiado porte, facciones mejoradas hasta la casi-perfección; excesiva gloria, profusión de botones dorados; por doquier hojas doradas de laurel para coronar su cabeza; demasiado brillo para opacar el oprobio del maltrato, de la traición, del desprecio, del desconocimiento, de secesión reinante en una nación que no sabía qué hacer con la “libertad”.
“Nadie entendió nada”3 en su momento y cuando los años le pusieron distancia al asunto y la realidad que desembocaría en el caos actual empezó a sacudirnos a empellones para despabilarnos, volvimos al “pensamiento bolivariano”, retomamos su ideal, rectificamos nuestra postura: el Ministerio de Educación Nacional impuso en los colegios la “Cátedra Bolivariana” y lo que antes no se tuvo claro por defecto, después no se tuvo claro por exceso: de ensalzamiento, de gloria, de mitificación de un ser humano; por exceso de dorados y de platas, de brillo, fruto quizá, como lo expresa el mismo García Márquez, de “un sentimiento atávico de culpa de quienes lo trataron como un perro”.4
“Ni tanto que queme al santo ni poco que no lo alumbre”, como registra oralmente la sabiduría popular. Dimensión humana, eso era lo que le hacía falta a Bolívar y García Márquez se la imprimió valiéndose del laberinto que él mismo se labró: el laberinto del retorno para el Libertador (en su fabulación alucinada, afiebrada, enfermiza) era también comienzo, principio, lucha que persistía porque debía y que sobrevivía a pesar de la muerte, que le acechó desde que salió de Santa Fe de Bogotá hasta que llegó a Santa Marta.
Visto así como lo muestra García Márquez en El general en su laberinto, Bolívar adquiere ante mis ojos una majestuosidad muy superior a aquella que la visión de sus retratos y las clases en la escuela y el colegio consiguieron imprimirle, partiendo de los textos tradicionales que lo sitúan por encima de la condición humana. Empequeñecido por la mezquindad y la ambición de sus contemporáneos, sacrificado por su ideal de unidad debido a los obtusos intereses locales que existían ya en la América Hispana desde los inicios de la Colonia (los que hicieron su reaparición con fuerza renovada después de la gesta independentista que otorgó el poder a la burguesía criolla de la que el mismo Libertador hacía parte), Simón Bolívar crece, porque su pensamiento se coloca muy por encima, no de la condición humana, sino de la condición de estadistas y pensadores, de sus contemporáneos y sus sucesores.
Era un ser humano. Un hombre al que la fortuna de su familia le hizo conocer el mundo desde temprano, al que su riqueza le facilitó el desarrollo de su pensamiento a través de una esmerada educación que tuvo como escenario los centros culturales de la época, una formación que lo condujo finalmente a desear la libertad de su nación (que era América Hispana toda), una nación que existía sólo en su cabeza: La Gran Colombia, pensada en un todo, una unidad que pudiese afrontar el futuro turbulento que la inteligencia visionaria de El Libertador presintió, pero cuya amenaza real sólo sentimos sobre nuestras espaldas mucho después, es decir, hoy.
Realidad / ficción
“El problema consiste en que yo soy incapaz de explicar mi libro.
“Escribí ese libro para tratar de explicarme yo mismo cómo era todo eso. El viaje era la parte menos documentada de la vida de Bolívar. Él, que escribía tantas cartas, durante el viaje no escribió sino dos o tres, nadie escribió notas, nadie llevó memorias. Era entonces lo queme permitía escribir sin mayores limitaciones para la imaginación. ¡Qué maravilla! Podía inventar todo”.5
Los cientos de artículos que a favor y en contra de El general en su laberinto se escribieron antes y después de la aparición de la novela, giran en torno a un tema común: la autenticidad, el verdadero “valor histórico” que puede atribuirse al Bolívar que allí se recrea. Las reacciones fueron variadas y la opinión se divide. Aquí en Colombia, por ejemplo, se revitalizó la vieja rivalidad costeños-cachacos por el carácter “en exceso Caribe” que imprime García Márquez al General, lo cual menciono como una prueba del desenfoque absoluto que se le dio –en la mayoría de los casos– a la interpretación de la obra.
“Este es el único libro con el que estoy absolutamente tranquilo”6 afirmó por su parte García Márquez cuando llegó al final de la novela y esa tranquilidad se desprende: primero, de que se trata de una novela que recrea algunos aspectos y personajes históricos, pero que hace uso de todas las ventajas que el género ofrece. Si los documentos que respaldan la historia dejan vacíos en ese período final de la vida de Bolívar, él, García Márquez, como novelista, puede perfectamente inventar hechos que llenen tales vacíos, vistiéndolos de realidad, acomodándolos al espacio y el tiempo en que se desarrolla la acción. Segundo, El general en su laberinto está respaldado por un trabajo de investigación que involucró a especialistas (durante el cual, confiesa el autor, a él mismo le tocó aprender el oficio). El producido de ese trabajo, fue revisado hasta la saciedad por historiadores que contribuyeron a depurar la novela.
Ni novela histórica ni historia novelada: “Novela Total”
“Novela Total” es la denominación que da el mismo autor a El general en su laberinto y salva de esta forma cualquier contratiempo que pueda presentarse a raíz del tratamiento narrativo de hechos históricos:
… el hecho de que no existiera documentación me hizo sentir cómodo. El hecho de que fuera novela me permitía meterme en la cabeza de Bolívar. Pero llegué al convencimiento de que he escrito una biografía de Bolívar, en el sentido de que creo que esa es su personalidad.7
Ahora, si bien es cierto que lo que no puede respaldarse históricamente es subsanado por la ficción, los hechos históricos a los que alude la novela (que incluso contiene un mapa del último recorrido de Bolívar), son de una fidelidad absoluta: del mismo modo en que personajes como Miranda Lyndsay y Reina María Luisa son un invento, la bitácora del viaje que García Márquez reconstruye es fiel, como fieles son sus alusiones a Manuela Sáenz, el destierro de Santander, el asesinato de Sucre y la actitud de Urdaneta.
Finalizo esta reseña, citando a García Márquez en la que me parece la afirmación más halagüeña que el escritor pueda hacer a sus lectores, en el contexto de la entrevista que publicó el periódico El Heraldo en 1989:
…EL HERALDO: Todos quieren hincarle el diente y descubrir algún error. ¿No han encontrado ninguno? GGM: Al contrario, mis lectores están encontrando muchos pero no de carácter histórico, sino anacronismos y contradicciones que no alteran el espíritu de libro y que se les pasaron a mis amigos y asesores. Yo los leo con una enorme gratitud y me propongo ir incorporando esas correcciones a las ediciones sucesivas, para al final, gracias a mis acuciosos lectores, terminar haciendo entre todos un libro perfecto.8
Reconoce de esta forma García Márquez, que el libro, portador de voz del colectivo, está sujeto a las infinitas lecturas que de él se hagan: esta es una realidad sobre la que ningún autor puede hacer salvedad alguna.
Sean, pues, las fiestas del Bicentenario la ocasión para releer una novela que revela cosas nuevas, pese a que fue publicada hace 21 años. “Libros para sus ojos” tiene, entre otras, la finalidad de invitarlos a mirar de nuevo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que buena reseña!!!!! indudablemente debemos releer y así poder concluir muchas cosas de acuerdo a la situación política actual.
Gracias por invitarnos a mirar de nuevo!!!!

Anónimo dijo...

es una de las misiones de La Moviola gracias por pasar!!!!
CCLM