RAZONES SIN RAZON ( 3)


Continuamos publicando la serie de articulos que reflexiona sobre la escritura...

Por

Sandra Jubelly García


La desobediencia (3)

El hombre es un dios cuando sueña, un mendigo cuando piensa.
Hölderlin
Me gusta pensar que se escribe por rebeldía. Rebeldía contra la tiranía de la realidad, esa realidad seca que nos enrostra nuestra insignificancia, nuestra indefensión, nuestra fragilidad.
Sísifo se niega a morir y engaña a la muerte dos veces, pero finalmente muere y en el Hades es condenado a empujar una enorme piedra a la cima de una alta montaña; una vez arriba, la roca ha de caer y Sísifo tendrá que volver a empezar hasta el fin de los tiempos. Prometeo, que roba el fuego a los dioses para otorgarlo a los hombres, es encadenado a las montañas del Cáucaso en donde una monstruosa águila habrá de comer sus entrañas por toda la eternidad. Edipo, que conociendo su destino quiso huir de este y fue su huida la que propició el fatal cumplimiento, descubre en su carne la inapelabilidad del destino. Desenlace irrevocable del que no había como escapar.
El hombre de nuestro tiempo, heredero de la modernidad, quiso rebelarse contra los dioses y su tiranía, así que decidió convertirse en hacedor de sus días, artífice y señor de su propio destino. Pero con esto no hizo más que cambiar una tiranía por otra y no tiene más remedio que sucumbir ante el totalitarismo de su circunstancia, esa que hace la diferencia entre los hijos de la fortuna y los del infortunio.
No somos tan libres como queremos y menos de lo que creemos. Somos lo que nos legaron, sin muchas posibilidades de elección; estamos a merced de la Historia y de nuestra circunstancia. Pareciera que es sobre esta última que podríamos ejercer gobierno, pero nuestra manera de afrontarla y de pensarla, nuestra capacidad o deseo de modificarla también se nos ha legado. Durante los primeros años de vida hemos sido moldeados, de suerte que en gran medida somos más efecto que causa.
La mayoría de veces estamos a merced de decisiones que no son nuestras, que no están en nuestra mano. En Bogotá, hace veintitrés años, por una cadena de decisiones se dieron cita con la muerte sesenta y cinco personas que se encontraban en el Palacio de Justicia. Todos los días en Colombia tres personas se ponen cita con la muerte y vuelan en pedazos cuando pisan una mina antipersona.
Es posible que los griegos, al igual que nosotros, percibieran a sus dioses como seres crueles porque la vida está llena de crueldad. Sin embargo, hay un universo en el que podemos ser otros o nosotros mismos, podemos volver a vivir o cambiar de vida, podemos decidir nuestro destino y el de los otros. Un universo en el que podemos inventar realidades mejores y también peores pero de acuerdo con nuestro deseo. Si inventamos realidades dolorosas, llenas de terror y de espanto, en ellas podremos señalar lo que nos duele de la que vivimos y frente a la que estamos impotentes e indefensos.
La escritura es un momentáneo cambio de roles en el que pasamos de ser criaturas a ser creadores. Es la venganza contra los dioses y el grito de independencia que derroca provisionalmente la dictadura de nuestra historia.
Pero es menester conocer este universo para poder transitarlo. Se requiere de una cierta conciencia del lenguaje si se quiere pisar en suelo más firme, aunque el terreno de la creación sea siempre fangoso.
La creación no es otra cosa que el arte de la combinatoria, que no es más, y no por esto sencillamente, sino más bien complejamente, que la acción de rehacer, de recrear. Toda novedad, toda invención tiene antecedentes, orígenes, influencias. La creación como acto originario, primigenio, no es absoluta. Por lo que conociendo y dominando su materia de trabajo (el lenguaje) el creador aumentará potencialmente sus posibilidades combinatorias y en consecuencia sus posibilidades creativas. No obstante, ese dominio, esa destreza, ese gobierno sobre el lenguaje nunca será total porque el lenguaje es materia viva y, en consecuencia, mutable, de suerte que la pretensión de dominio absoluto es sólo eso: una pretensión, un deseo inalcanzable.
Esto quizá sea el motor que activa el impulso del creador, porque esta condición de inestabilidad deviene también en la sorpresa, en el hallazgo de lo inesperado. En la creación el resultado del experimento sorprende al creador; el producto de la combinación, generalmente extraño, el vilo previo al resultado, el suspense, lo que está por venir, es lo que suele seducir a quien escribe. «Escribir –escriben Deleuze y Guattari– no tiene nada que ver con significar, sino con medir, cartografiar, inclusive las comarcas venideras». A lo que Gustave Flaubert dirá: «Amad el arte, entre todas las mentiras es la menos mentirosa».

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